Dra. Bendala: De la burocracia digital a Indiana Jones
"Todos los que amamos la Ciencia dilapidamos horas, que debiéramos llenar de estudio y reflexión, en rellenar informes con datos que la Administración posee", se lamenta la Dra. Bendala. Foto: Pressfoto / Freepik

No voy a negar que los investigadores somos ególatras y soberbios en muchas ocasiones y que, como divulgadores, dejamos bastante que desear.

Y encima, los que dicen apoyarnos insisten en que la Ciencia es necesaria para el futuro, algo intangible y esencialmente lejano. Así nos convertimos en un capricho de niño rico y pocos nos toman en serio.

La actual pandemia está mostrando a la población, de nuevo, que los científicos y técnicos, aunque raros e incapaces de mandar un mensaje coherente en muchas ocasiones, somos los que luchamos para entender qué pasa en cada momento en la naturaleza y cómo obtener beneficios de nuestro conocimiento para mejorar la situación. Somos esos niños que no superan la etapa del por qué y siempre están destripando los juguetes para ver cómo funcionan.

Pero también somos personas, con nuestros problemas y nuestra ética, y estamos preocupados por muchas de las cuestiones que afectan a nuestros conciudadanos: los impuestos, la educación de los hijos, la seguridad alimentaria, el cambio climático. Tanto que, hasta a veces, dedicamos todo nuestro esfuerzo profesional a intentar paliarlos.

En España, las decisiones políticas llevaron a un recorte de la investigación científica, al igual que en la Enseñanza y en la Sanidad, en la anterior crisis. Las consecuencias se están evidenciando parcialmente durante la pandemia: los jóvenes carecen de una formación sanitaria que les haga entender la importancia de prevenir los contagios, la población no entiende los mensajes de los médicos; y los mensajes oficiales, tratando de ocultar las deficiencias para que no cunda el pánico, no ayudan en absoluto.

Y no quiero hablar de la situación de los sanitarios que, además, no se ha explicado bien a la población. Los pacientes están indignados porque los médicos les atienden por teléfono y no de manera presencial para resolver dudas y muchos procedimientos de rutina. Nadie les dice que la iniciativa pretende mantener el servicio, pues el número de médicos contagiados en España es de los más altos.

Mientras tanto, las decisiones políticas y la actual situación sanitaria siguen dificultando el desarrollo de la Ciencia en España por la excesiva burocracia que existe en nuestro país. Algo de lo que ya alertó el Alto Consejo Consultivo en Investigación, Desarrollo e Innovación, de la Presidencia de la Generalitat Valenciana, en su Pleno celebrado en noviembre de 2019. La burocracia española debe ser de las mejores del planeta en su mecanismo de obstaculizar la consecución de objetivos. Me consta, porque he sido funcionaria durante más de una década, que el propósito es dificultar el fraude, pero esto no siempre funciona dado que, como afirma el refrán, hecha la ley, hecha la trampa.

Dificultad en la obtención de ayudas para financiar la investigación

Los avispados, con mala fe o simplemente con objeto de lograr legítimos objetivos logran cumplimentar los excesivos requisitos planteados. Disponen de los sellos, informes, justificantes y demás documentación en plazo y conforme a las normas. Esas normas supuestamente garantistas que no evitan fraudes, mientras dificultan a muchísimos científicos (y a gran parte de la población española) a obtener las ayudas para financiar su investigación. Las últimas ayudas abiertas reflejadas en la página web del Ministerio de Sanidad son para el sistema Erasmus + de enero de 2020.

En el Ministerio de Ciencia e Innovación, otra para estancias breves y traslados temporales. Hay otras, como del Instituto de Salud Carlos III, pero son difíciles de encontrar. Salió una ayuda para investigaciones en Sanidad. Podían solicitarla los investigadores de hospitales y ambulatorios, pero no los investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), institución creada por el Estado exclusivamente para hacer investigación y que, en mi absurdo sentido de la lógica, y puesto que sus profesionales han sacado unas oposiciones demostrando su extraordinaria valía profesional, deberían tener unas fuentes de financiación estatal no competitivas que, eso sí, deberían justificar los gastos y publicar trabajos acordes.

Me dirán que es la historia que ya contaba Larra en su afamado artículo Vuelva usted mañana, en el que un funcionario impedía al amigo francés del periodista completar unos trámites para la inversión de capitales en la España decimonónica y en el que los funcionarios, que aún no fichaban, no estaban. Pero no es el actual problema. Los funcionarios están. Ellos, como los solicitantes de cualquier gestión, luchan contra plataformas informáticas en la que introducir los datos, luchan contra unos períodos absurdos o, directamente, imposibles. Luchan contra un objeto incapaz de comprender y saltarse las normas. Y los pobres funcionarios viven aterrorizados de introducir inadecuadamente un dato y acabar acusados de prevaricación, además de frustrados por los múltiples intentos fallidos de completar cada formulario.

Y los investigadores, que podríamos dividir entre meticulosos y artistas, corren diversa suerte. Los meticulosos quizá guarden hasta el último certificado, que se acuerdan de pedir en el momento adecuado, y puedan solicitar las ayudas. Los artistas no piden los papeles y llegan tarde a las solicitudes. Pero no crean que eso selecciona adecuadamente a las personas que se dedican a la Ciencia. Los artistas, por su creatividad, son tan absolutamente imprescindibles en los grupos de investigación como lo son los meticulosos, responsables de la rigurosidad que permite repetir los resultados. Así que la burocracia genera mucho más trabajo y la digital mucha mayor frustración entre los investigadores senior, los responsables de recaudar los fondos para el grupo que, enfrentados a la pantalla del ordenador, detectan con desesperación la pérdida de horas que desearían dedicar a un trabajo fructífero. Y eso es otro de los grandes problemas de nuestro sistema de Ciencia y Tecnología: la ausencia de posibilidad de contratación del suficiente personal administrativo altamente preparado en el manejo de los sistemas informáticos en que volcar las demandas de financiación.

La consecuencia es que todos los que amamos la Ciencia dilapidamos horas, que debiéramos llenar de estudio y reflexión, en rellenar informes con datos que la Administración posee y de cuya vigencia están más al tanto que nosotros mismos, consiguiendo certificados firmados por personas que ni conocemos ni han oído jamás hablar de nosotros, afirmando que hace más años de los que tienen estuvimos en un laboratorio trabajando con cierto investigador ya fallecido, cuando dicha información aparece en todos los trabajos que firmamos juntos y que fueron aceptados por revistas científicas, nacionales o internacionales.

Y si es malo el sistema y consume recursos, todavía se agrava en casos caóticos como el mío, que sistemáticamente tiendo a tirar los papeles que se me dan, que carezco de orla porque no me acordé de ir a hacerme la foto y que, de casualidad, tengo los diplomas universitarios guardados (doblados y bastante deteriorados) en una carpeta, donde mi familia los preservó antes de que los perdiera en algún traslado entre laboratorios.

En un momento en que todas las informaciones podrían estar centralizadas y automáticamente incorporarse a los currícula los diferentes diplomas obtenidos, es absurdo que los científicos, los médicos, los abogados o los arquitectos tengan que destinar parte de su tiempo en rellenar documentación en plataformas que, misteriosamente, pierden la información cuando más lo necesitas. Y los funcionarios, anónimos y en su mayoría meticulosos con su trabajo, podrían encargarse de comprobar que esas actualizaciones se incluyen correctamente e informar a los investigadores de que acaban de lograr un tramo más, o que están en condiciones de solicitar una ayuda, o que, cumpliendo los requisitos, han sido promocionados sin tener que recuperar los papeles del baúl de los recuerdos.

Científicos españoles con el coraje de Agustina de Aragón

Pero, aun así, la calidad de los artículos de investigación españoles todavía no se ha resentido y su número se sigue manteniendo. Y varias encuestas indican que la población general española valora a los científicos, aunque sean incapaces de nombrar a dos o tres de ellos. Ese mantenimiento de la Ciencia es, para los creyentes, un milagro, y, para los agnósticos, la consecuencia del sacrificio heroico de una generación de investigadores españoles que decidieron quedarse y a los que el Dr. Santiago Grisolía atribuyó el coraje de Agustina de Aragón.

Están, por supuesto, en Madrid, como Nazario Martín, Alberto Muñoz o María Vallet; y en Cataluña, como José Baldasano, Mateo Valero o Eduardo Soriano, lugares en que alguien decidió invertir en centros de investigación de excelencia. Pero también lo están en lugares donde la Ciencia apenas se promociona, como Ángel Carracedo y Mª José Alonso, en Galicia; Carlos López Otín, en Asturias; Luis Oro en Aragón, López Barneo, en Sevilla; Martínez Mójica y Ángela Nieto, en Alicante, un lugar donde el esfuerzo de Carlos Belmonte ha originado uno de los mejores centros de investigación de neurociencias del mundo, con más ilusión y talento que fondos. Y así por toda la geografía española, incluyendo las islas, con gente maravillosa como Anna María Traveset, en Baleares, o Rafael Rebolo, en Canarias.

Me consta que hay muchos más, todos con pasión por su trabajo y, probablemente, obligados a atender a cientos de cuestiones burocráticas baladíes.

¿Eso restaría romanticismo a nuestros héroes y heroínas? En la película En busca del arca perdida, Indiana Jones debe enfrentarse a un señor gigantesco con turbante. Todos esperábamos una larga y excitante pelea con cuchillos y el afamado látigo del explorador. Pero en un alarde de efectividad y eficiencia, Jones saca la pistola y le pega un tiro. Así ha de ser nuestra administración: rápida y limpia. No necesariamente letal por desesperación.

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