santiago grisolía
Foto: CC BY 2.0 / UNED

DR. SANTIAGO GRISOLÍA
Bioquímico. Medalla de Oro al Mérito de Investigación y Educación Universitaria. Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Presidente del Comité Científico de Coordinación del Proyecto Genoma Humano para la Unesco. Vicepresidente del Patronato del Centro de Investigación Príncipe Felipe.

Me acuerdo de los rumores sobre un inminente Premio Nobel al que fuera mi mentor en Estados Unidos, el profesor Severo Ochoa. Fue don José García-Blanco, catedrático de Bioquímica y Fisiología Especial de la Facultad de Medicina de Valencia, con el que comencé mi trabajo de investigador, quien me recomendó ir a trabajar, con la beca que había recibido del Ministerio, con don Severo «el más preparado de los jóvenes investigadores españoles», según afirmaba él. Don José conocía a Ochoa porque se habían formado juntos en Madrid bajo las directrices de Negrín.

Francisco Grande Covián, Severo Ochoa y Santiago Grisolía
Francisco Grande Covián, Severo Ochoa y Santiago Grisolía. La Granda, Asturias, finales de los ochenta. Foto: RANM

La confirmación de la concesión del Nobel desde Estocolmo, con las comunicaciones de la época y lo infrecuente de las llamadas telefónicas, tardó unos días en llegar. Y la noticia definitiva la obtuve de la prensa de la época. En mi laboratorio en Kansas City se celebró con alegría, pues todos teníamos un profundo afecto por don Severo, un hombre tranquilo y educado, que siempre tenía muy organizada la mesa del despacho y era muy hábil para realizar los experimentos en el laboratorio.

Una cosa en la que coincidimos todos sus discípulos, cuando nos reunimos en Valencia para conmemorar el 20 aniversario de su fallecimiento, era en el hecho de que don Severo nunca demostraba estar enfadado ni mostraba un temperamento colérico, y en que preparaba muy bien las clases que debía impartir como profesor de la Universidad de Nueva York.

Le envié un telegrama muy efusivo al profesor Ochoa y otro a Arthur Kornberg, con quien había compartido laboratorio en el departamento que dirigía el profesor Ochoa. Era infrecuente en aquella época llamar por teléfono.

Marianne Grungberg-Manago, discriminada del Nobel

El Premio se lo dieron a ambos «por el descubrimiento de los mecanismos en la síntesis biológica del ácido ribonucléico y del ácido desoxirribonucléico». Al principio, todos creíamos que era por el trabajo que habían realizado conjuntamente en el laboratorio de don Severo en la última parte de la década de los años cuarenta.

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Severo Ochoa celebra con su equipo la noticia de la concesión del Premio Nobel de Medicina. Fondo Documental Marino Gómez-Santos (FDMGS) / Universidad Rey Juan Carlos

Por eso, Alan Haskell Mehler, tercer firmante de los trabajos sobre la dexcarboxilación del ácido málico, estaba bastante desilusionado. Mehler era ya en aquella época un reputado investigador del Instituto Nacional de la Salud, tras pasar unos años en la Universidad de Chicago, donde había publicado un libro de texto, Introducción a la Enzimología, que era muy reconocido, así como su libro de problemas de bioquímica.

Arthur Kornberg era investigador del Instituto Nacional de la Salud, pero vino a nuestro laboratorio para aprender enzimología y siempre afirmaba que la época con Ochoa fue en la que más disfrutó.

Algo más tarde, cuando la información del Instituto Karolinska se hizo más completa, descubrimos que la que había sido discriminada era Marianne Grungberg-Manago, una estudiante nacida en la Unión Soviética y con nacionalidad francesa, que había realizado los experimentos para la síntesis enzimática de polinucleótidos.

Severo Ochoa y el descifrado del código genético

En aquellos años, se pensó que la enzima aislada en el laboratorio de Ochoa era la responsable de la síntesis de ARN. Kornberg, independientemente, aisló la ADN polimerasa I, a partir de la bacteria E. coli que, en realidad, en humanos sólo se activa cuando hay que reparar una secuencia de ADN dañada, siendo la que luego se llamó ADN polimerasa III, la responsable de la síntesis de novo.

En cuanto a la enzima de Ochoa y Grungberg-Manago, aislada de otra bacteria llamada A. vinelandii, hoy sabemos que in vivo sirve para degradar el ARN. Pero la revolución que supusieron dichos descubrimientos, publicados entre 1955 y 1956 (primero el de Ochoa y luego el de Korngberg) hicieron que recibieran el Nobel en 1959.

Ochoa empleó sus resultados para comenzar el descifrado del código genético, motivo por el que debió ganar un segundo Premio Nobel, que nunca se le concedió. Cuando nos encontrábamos en congresos y reuniones científicas siempre me decía que el código era muy corrupto, refiriéndose a que varios tripletes diferentes podían codificar para un mismo aminoácido.

El frac de Severo Ochoa

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«Cuando don Severo fue a recoger el Nobel, como no tenía frac, se lo pidió prestado a Edward Tatum, el bioquímico estadounidense que había ganado el Nobel, junto a Beadle, sólo un año antes. Los pantalones le quedaban bastante cortos». Foto: Fondo Documental Marino Gómez-Santos (FDMGS) / Universidad Rey Juan Carlos

Aquellos eran tiempos muy duros, en los que el reciclado llegaba a extremos insospechados. Hasta el punto de que, cuando don Severo fue a recoger el Nobel, como no tenía frac, se lo pidió prestado a Edward Tatum, el bioquímico estadounidense que había ganado el Nobel, junto a Beadle, sólo un año antes.

Estos dos científicos demostraron que la información de los genes estaba en el ADN irradiándolo en el hongo Neurospora crassa. Desgraciadamente, Tatum, amigo de don Severo que trabajaba en el cercano Instituto Rockefeller desde poco antes de la concesión del Nobel, era bastante más bajo que el profesor Ochoa, por lo que los pantalones le quedaban bastante cortos, como puede observarse en las fotos de la ceremonia del Nobel.

Don Severo no era tacaño en absoluto, ni estaba en una difícil situación económica, por lo que aún hoy me pregunto cómo una persona que recibe un Premio Nobel no se hace un frac para la ocasión.

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