Luis Urtubey, la leyenda del indomable
Artur Heras, 2003. Luis Urtubey Rebollo. Acrílico sobre lienzo, 55 x 77 cm./ Universitat de València

Desde mi más tierna infancia, escuché a mi abuelo hablar de su buen amigo Luis Urtubey, un gaditano que había renunciado a ser oficial de la Armada para centrarse en su vocación docente. Médico y republicano convencido. Uno de los pocos amigos profundamente republicanos con los que podía hablar. Un hombre brillante, que escribió con mi abuelo un par de novelas (me temo que inéditas) sobre las vivencias de ambos en la Valencia de la Guerra Civil e incluso un diccionario médico español-inglés.

Recuerdo que mi abuelo, cada vez que me caía, me consolaba diciendo que su amigo Luis tropezaba en todos los bordillos de las aceras, y, aun así, había llegado a catedrático de Histología.

Luis Urtubey y la Histología, desde la visión de mi abuelo, sevillano que visitaba a su novia en Cádiz, vecina del joven Luis, y que se trasladó a Valencia más tarde, han formado parte de mis recuerdos infantiles. Más adelante descubrí que su espíritu indomable le impidió pedir clemencia por su activa participación como republicano durante la guerra civil, época en la que fue decano de la convulsa Facultad de Medicina de Valencia, y lo condenó, como a Juan Peset Aleixandre, a un ostracismo aislado y triste. Visceral, no quiso solicitar la reincorporación que se le hubiera dado.

Sus dos años de prisión al acabar la contienda le dieron ocasión de, en la cárcel, reflexionar sobre sus hallazgos histológicos en los campos del tejido conjuntivo y en el de la hematopoyesis, donde llegó a identificar una célula linfocítica como célula predecesora de la línea eritropoyética, tal y como han confirmado los estudios posteriores. Publicó varios libros muy pedagógicos.

Urtubey y las células madre

El doctor Grisolía me había comentado que su maestro, el doctor García Blanco, le envió a colaborar con Urtubey en sus estudios hematológicos. Así que, cuando decidí escribir este artículo la última semana de julio de este año, mientras acompañaba a don Santiago en el hospital, se lo comenté.

Con esa sonrisa pícara que a veces se le escapaba, me respondió: “A él le gustaría que dijera que era un buen republicano”. Aún conseguí sonsacarle que era un hombre muy amable, educado, y razonable. Sabía por mi abuelo que fue mujeriego hasta el final, con tolerancia hacia las infidelidades, incluso las de sus amantes.

Don Santiago me habló de su pulcritud y meticulosidad en el laboratorio, de los vínculos profesionales con Pío del Río Hortega, discípulo de Nicolás Achúcarro y de Santiago Ramón y Cajal, y de que había escrito una revisión sobre la gripe del 18, pandemia que pasó como médico de la marina en Estambul.

Era un curioso señorito andaluz, liberal, militar, riguroso en su trabajo y libertino en su vida. Siempre dentro de los límites del decoro, por supuesto.

Sus conceptos científicos coinciden con los modernos datos de las células madre, a pesar de que don Santiago me aseguró que el instrumental del que disponían en los cuarenta era muy rudimentario. Como ejemplo, me recordó que él tuvo acceso por primera vez a una ultracentrífuga en 1947, en la Universidad de Wisconsin-Madison y que, en ese momento, sólo había dos en el mundo.

La primera, aunque financiada por el Instituto Rockefeller, estaba en Upsala, diseñada por Theodor Svedberg, premio Nobel de Química de 1926 quien, basándose en el método de separación de la leche y la nata, la inventó en 1924.

Biología Molecular

La segunda estaba en Wisconsin porque Svedberg fue invitado a dar unas conferencias en la Universidad en los primeros años 20 y el Dr. Warren Weaver, catedrático de Matemáticas y creador de la hoy llamada Teoría de la Información, y otros investigadores del campus, lo convencieron para que la desarrollara.

También me explicó que Weaver fue el inventor del término Biología Molecular, que don Santiago incorporó a la Cátedra que comenzó a dirigir en la Universidad de Kansas.

Pero volviendo a Luis Urtubey, don Santiago me dijo que otro estudiante de Medicina trabajaba con ellos: José Gómez Sánchez. El Dr. Gómez Sánchez fue Catedrático de Histología en Cádiz, la misma Cátedra en la que empezó don Luis.

Urtubey le dejó a Gómez Sánchez un cuaderno en el que había anotado sus propuestas para mejorar la enseñanza en las facultades de Medicina de la época, que no difiere mucho de las condiciones actuales en las mejores universidades.

En esa caja de sorpresas que siempre resultaba ser don Santiago, me contó que, hace unos 15 años, el Consell Valenciá de Cultura, que él presidía, publicó una biografía sobre Luis Urtubey escrita por Gómez Sánchez, con quien don Santiago mantuvo una buena amistad.

Pocos días antes de su muerte, don Santiago mencionó que, en su viaje a España para pasar las Navidades del año 57, poco después de la riada, se acercó a visitar a don Luis, quien lo recibió con un fuerte abrazo. Estaba afortunadamente bien. Quizá se vieron un par de veces después, aunque don Santiago no recordaba los detalles.

Luis Urtubey murió en Valencia en marzo de 1962, arrogante y convencido de que las células de la sangre provenían de una célula que parecía un linfocito.

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