España, en deuda con Santiago Grisolía

Desde su fallecimiento, en Valencia, se han publicado decenas de artículos in memoriam del científico Santiago Grisolía, todos de gran calado. Y de ellos se desprende fácilmente que España y, en particular Valencia, siempre estarán en deuda con él.

Su mano derecha, la doctora Elena Bendala-Tufanisco, ha escrito en Biotech Magazine & News desbrozando facetas poco conocidas para el hombre de la calle del profesor Grisolía. No es mi intención abundar en su trayectoria científica, porque ya lo hizo la doctora Bendala-Tufanisco.

Sin más dilación, esbozo estas líneas en la seguridad de que, si las hubiera leído, esbozaría esa sonrisa burlona y, con su fino sentido del humor, diría “… Bueno, lo dices tú…”.

Me voy a centrar en una faceta, quizás, poco conocida por el gran público: la de escritor. Cuando hace unos años, en su despacho de la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados, en la capital del Turia, me entregó un ejemplar de su novela El enigma de los grecos pensé que me iba a costar leerla.

Santiago Grisolía escritor: ingenio y rigor hasta el final

Me equivoqué. Desde el primer momento, la novela te engancha. Tiene un fuerte tirón. Relata una historia muy elaborada, fruto de su ingenio, constancia y rigor. Mezcla la contienda civil del 36, con pasajes del Laboratorio de Bioquímica de la Universidad de Chicago (EE UU) y relatos de templarios en la ciudad chipriota de Limasol, en el año 1.134, entre otras cosas.

El profesor Grisolía junto a José M. Fernández-Rúa en 2009.

Uno de los actores que describe es el doctor Pedro González Velasco (1815-1882), hábil cirujano que fundó el Museo Antropológico. Embalsamó a su hija Conchita y paseaba su cadáver en carroza descubierta por las calles de Madrid. El profesor Grisolía inicia su narración con esta frase: “Tan solo quedaban ya el esqueleto momificado y su vestido de novia”.

Atrae, ¿verdad? El profesor Santiago Grisolía escogió al doctor González Velasco por muchas razones, pero la que primó, posiblemente, fue esa penosa circunstancia de su hija y el hecho de que era un hombre de Ciencia, como él, respetado en la sociedad de entonces.

Alfredo Baratas Díaz, profesor de Historia de la Ciencia en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense, escribe en su trabajo El Museo antropológico del doctor Velasco (1854-1892). Auge y descomposición de un proyecto museológico docente, que “asumió con sus propias fuerzas y patrimonio la constitución de un museo antropológico, sobre el que hacer gravitar su compulsivo afán coleccionista, su proyecto pedagógico universitario y sus ansias de comunicación científica y profesional. Era, sin duda, un proyecto ambicioso y bienintencionado, pero desmedido; poco acorde con las necesidades y posibilidades, tanto médicas como científicas, de la sociedad de su tiempo”.

«La Ciencia, en España, siempre estuvo mal»

Esta frase la acuñó el profesor Grisolía en 2013 a raíz de una entrevista en el diario El Mundo. Nunca silenció su opinión por lo que, a derecha e izquierda del arco parlamentario, consideraba que nadie hacia lo correcto por sacar a España del ostracismo científico.

Y, cuando la ocasión lo permitía, recordaba a don Pedro Laín Entralgo que solía repetir: “España se puede permitir el lujo de exportar científicos e importar futbolistas”. Es bien sabido que cualquier futbolista de élite percibe, en un mes, un salario hasta 100 veces mayor que el del más afamado científico español.

Algunos, quizás, creen que es más difícil dar patadas al esférico que estudiar una carrera, realizar el doctorado, paralelamente investigar, buscar financiación y, lamentablemente, en muchos casos marchar de España para trabajar después de que el Estado ha invertido en su formación.

Sobretodo esto hablamos la última vez que tuve la suerte de compartir su tiempo en septiembre de 2021, con ocasión de la Noche europea de la Ciencia, organizada por la doctora Bendala-Tufanisco en la sede de la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados.

El profesor Grisolía permaneció las dos horas que duró el acto atento a lo que decíamos los cuatro ponentes que hablamos sobre la situación de la ciencia en España. Con su voz quebrada, ininteligible, apostillaba las intervenciones.

Dije entonces y repito ahora que ya habrá tiempo, espero, de hablar de la nefasta gestión de los ministros de Ciencia y de Sanidad que hemos padecido a lo largo de los últimos años, a excepción de Cristina Garmendia y de Bernat Soria.

Termino dejando en el cajón del olvido las malas artes, empleadas por algunos, que afectaron y mucho al profesor Grisolía. No merece la pena recordar a los autores para que queden donde se merecen: en el olvido.

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