El autismo se puede identificar desde el primer año de vida
Los hallazgos de los dos estudios concluyen que la reducción del período de tiempo entre la detección temprana y la intervención terapéutica temprana puede reducir de manera muy significativa la gravedad de la desviación del desarrollo a lo largo de la vida. Foto: Pixabay/Cheryl Holt

Los resultados de dos trabajos llevados a cabo en Israel demuestran que los síntomas asociados con el autismo se pueden identificar desde el primer año de vida y que la detección temprana permite la intervención terapéutica a partir de los dos años.

Estos estudios, realizados por la doctora Hanna A. Alonim, del Centro Mifne de Intervención Temprana en el Tratamiento del Autismo y la Unidad de Educación Continua de la Escuela de Trabajo Social Weisfeld, en la Universidad de Bar-Ilan, junto con los doctores Ido Lieberman, Giora Schayngesicht, Hillel Braude y Danny Tayar, aparecen en International Journal of Pediatrics & Neonatal Care.

El primer estudio se centró en la detección temprana del autismo basado en grabaciones de video de bebés, y el segundo comparó el impacto de las intervenciones terapéuticas que comenzaron en dos etapas diferentes de la vida.

Juntos, los trabajos destacan las perspectivas de diagnosticar el autismo antes de que los bebés cumplan un año de edad, al tiempo que mejoraran el progreso de los niños diagnosticados con esta disfunción mediante una intervención terapéutica temprana.

En Israel, el trastorno del espectro autista (TEA) generalmente se diagnostica cuando el bebé ha cumplido un año y medio, lo que se considera temprano en comparación con Europa. En otros países, la edad promedio de diagnóstico es de dos años y medio, lo que retrasa significativamente los tratamientos de intervención y puede aumentar la gravedad de los síntomas.

Signos para identificar el autismo

En el primer trabajo realizado por especialistas del Centro Mifne durante una década, los investigadores examinaron en qué etapa de la infancia aparecieron los primeros signos que podrían levantar sospechas sobre el desarrollo de esta afección.

Participaron un total de 110 niños y niñas de Israel, Estados Unidos y Europa, todos ellos diagnosticados de TEA entre los dos años y medio y los tres años. Los padres grabaron videos de sus bebés desde el nacimiento durante el primer año de vida.

Expertos en desarrollo infantil, que no habían visto previamente a los bebés, visualizaron los videos y se les pidió que identificaran comportamientos que se desviaron del desarrollo típico.

Descubrieron que en el 89% se podían observar síntomas desde la edad de cuatro a seis meses, pero la mayoría de los padres no sabían cómo interpretar el significado de estos signos para el desarrollo.

Estos signos relacionados fueron falta de contacto visual, falta de respuesta a la voz o presencia de los padres, pasividad excesiva o, alternativamente, actividad excesiva, retraso en el desarrollo motor, negativa a comer, aversión al tacto y crecimiento acelerado de la circunferencia de la cabeza.

Todos los signos se clasificaron según su frecuencia y posteriormente se evaluó la aparición simultánea de varios de ellos con el fin de conseguir un diagnóstico más certero.

Como quiera que todavía no existen herramientas biológicas empíricas comprobadas para diagnosticar TEA, su detección temprana a través de la observación del comportamiento es de gran importancia para los investigadores, ya que así es como se puede iniciar el tratamiento en una etapa temprana de la vida.

Después de este estudio, el Centro Mifne desarrolló una herramienta de detección conocida como ESPASSI© para detectar bebés en riesgo de autismo y se utilizó como prueba piloto en el Hospital Ichilov.

Capacidad para mejorar en poco tiempo

El segundo estudio comparó dos grupos de edad tras identificar autismo que fueron tratados en el Centro Mifne: un grupo incluyó a 39 niños pequeños tratados en el tercer año de vida; el segundo, a 45 lactantes tratados en el segundo año de vida. La intervención comenzó bajo el paraguas de cuidados intensivos durante tres semanas en el Centro Mifne y continuó como tratamiento durante seis meses en los hogares de los niños a través de terapeutas que se habían formado en la Universidad Bar-Ilan.

Como explican en su trabajo, este se basó en el enfoque biopsicosocial e implícitamente incluyó no solo a los bebés sino también a los padres y miembros del núcleo familiar. Las intervenciones abordaron los aspectos físicos, sensoriales, motores, emocionales y cognitivos del desarrollo, y se centraron en desarrollar el apego y aprovechar las habilidades de los bebés por curiosidad y disfrute.

La intervención se entregó a dos grupos de niños y niñas diagnosticados con autismo: bebés de uno a dos años y niños pequeños de dos a tres años. Su comportamiento se dividió en cuatro grupos: participación emocional, juego, comunicación y funcionamiento. Cada uno de estos grupos incluyó varios componentes de comportamiento, medidos antes y después del tratamiento, y comparados entre los dos grupos de edad.

Ambos grupos mostraron progreso en todos los componentes del desarrollo, sin embargo, el grupo más joven mostró una mejora estadística significativamente distinta en comparación con el grupo de mayor edad. Este estudio, también realizado a lo largo de una década, confirma la capacidad de los bebés para mejorar en un corto período de tiempo, debido a la dinámica del crecimiento neuronal en el cerebro, que forma una red de células nerviosas que controla las funciones motoras, sensoriales, emocionales y cognitivas.

Intervención temprana tras identificar autismo

Los hallazgos de los dos estudios clínicos mencionados concluyen que la reducción del período de tiempo entre identificar el autismo y la intervención terapéutica temprana puede reducir de manera muy significativa la gravedad de la desviación del desarrollo a lo largo de la vida.

Además, estudios posteriores indican que un estado de preocupación o ansiedad constante de los padres lleva a la familia a una especie de círculo vicioso que tiene un efecto significativo en el desarrollo del bebé. La intervención temprana puede aliviar la ansiedad y brindar a los padres las herramientas adecuadas para afrontar la situación, por un lado, y promover el desarrollo de sus hijos, por el otro.

La doctora Hanna A. Alonim, directora de estos dos trabajos, hace hincapié en que “décadas de investigación neuronal, cognitiva y conductual confirman que el cerebro humano experimenta su desarrollo más sustancial y máximo en los primeros años posnatales. Estos dos estudios confirman que existe una ventana de oportunidad y tiene mucho sentido que la detección e intervención tempranas afectarán los componentes del desarrollo neuroanatómico en una etapa, que es más influyente para el cerebro en rápido desarrollo, incluso en la medida en que se puede evitar que el autismo se intensifique. Por lo tanto, cerrar la brecha entre la detección temprana, la evaluación y la intervención es crucial para el futuro de cualquier bebé en riesgo”.

Una afección neurológica que dura toda la vida

El trastorno del espectro autista (TEA) es una afección neurológica y de desarrollo que comienza en la niñez y dura toda la vida. Afecta a cómo una persona se comporta, interactúa con otros, se comunica y aprende. Este trastorno incluye lo que se conocía como síndrome de Asperger y el trastorno generalizado del desarrollo no especificado.

Como detalla MelinePlus, se denomina trastorno de espectro autista (TEA) porque diferentes personas pueden tener una gran variedad de síntomas distintos. Pueden tener problemas para hablar y es posible que no miren a los ojos cuando una persona les habla. Además, pueden tener intereses limitados y comportamientos repetitivos. Es posible que pasen mucho tiempo ordenando cosas o repitiendo una frase una y otra vez.

No se conocen las causas del TEA. Las investigaciones sugieren que tanto los genes como los factores ambientales juegan un papel importante.

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