ELENA BENDALA TUFANISCO

DRA. ELENA BENDALA TUFANISCO
Universidad CEU-Cardenal Herrera
Fundación Valenciana de Estudios Avanzados

Nos dirigimos hacia un cambio de sociedad. Un hecho sorprendente si pensamos que, como mamíferos, nuestra estructura social más marcada es la manada. Unas manadas nómadas que se agrupaban en torno a un macho líder, normalmente autoerigido por su fuerza o audacia. Es la estructura que nos permite explicar los nacionalismos, los seguidores de un equipo de fútbol y muchas otras acciones sociales. Es la estructura predominante desde la aparición del homo sapiens, aunque su prevalencia empezó a debilitarse en el Neolítico, con la aparición de la agricultura.

Sí, los humanos solemos pensar que los avances científicos son consecuencia del incremento de nuestra inteligencia, pero los otros seres vivos que pastorean y cultivan son las hormigas, que carecen de lóbulo frontal y poseen un reducido grupo de neuronas… cada una.

En 2015, el profesor Nigel R. Franks, experto en comportamiento animal y ecología de la Universidad de Bristol, publicó un artículo en el que demostraba que las hormigas se comportaban como las células de nuestro cuerpo: unidas entre sí y sintiendo dolor ante las pérdidas de individuos.

Crecientes evidencias a lo largo de la pequeña historia de los humanos muestran el cambio social desde la manada a la colmena u hormiguero. Dejamos de ser nómadas para volvernos sedentarios, aunque esa necesidad genética de cambio se mantuvo en los viajeros y aventureros y, más recientemente, persiste pervertida en los turistas.

Epidemias del pasado, respuesta de manada

epidemia 1918
Hospital de emergencia durante la epidemia de la llamada ‘gripe española’ en Camp Funston, Kansas, 1918. Foto: Museo Nacional de Salud y Medicina, EE UU

Cada vez vivimos en espacios más pequeños y con mayores interacciones sociales. Llevo años escuchando que las sociedades son más pacifistas y tolerantes, con mucha menor agresividad. ¿Y si todo es cierto y está en ese genoma de lenguaje común que tenemos todos los seres vivos incluyendo los virus? ¿Y si es sólo cuestión de cantidad de individuos de la especie?

Pese a que constantemente nos cuentan que esta pandemia es histórica y no tenemos datos previos, lo cual es cierto respecto al coronavirus, no es, ni mucho menos, la primera peste que merma el número de individuos de la especie. Hasta ahora, la respuesta a estas plagas ha sido una respuesta de manada.

En el siglo XIV la peste negra se estima que exterminó a 85 millones de personas entre Asia y Europa. Cada pequeña comunidad se comportó de manera aislada. Parecen existir evidencias de que Suleiman II, llamado el magnífico, lanzaba desde sus barcos con una catapulta a sus propios marineros infectados por la peste para, de este modo, contagiar a los habitantes de las ciudades que atacaba y reducir su resistencia.

Sorprendente o no, es la actitud que se mantuvo en la conquista de América donde se regaló a los pieles rojas mantas contaminadas con viruela para diezmarlos y conquistar sus tierras. Y casi lo mismo que se hizo en 1918 con la llamada gripe española. Por eso, los millones de muertos de aquellas epidemias, mal contados, superan los millones.

Genes de colmena y hormiguero

Sin embargo, desde los años cincuenta del siglo XX, las condiciones de vida del planeta mejoraron. Cierto que a costa de expoliar los recursos naturales a un ritmo sin precedentes que ha desencadenado el calentamiento global del que, desde los años ochenta, llevan advirtiéndonos los científicos. Pero el aumento de la población parece haber disparado la expresión de genes silentes. Genes de colmena y hormiguero, frente a los genes de manada.

Aparecieron jóvenes de todo el planeta reclamando que se redujeran las emisiones. Cierto, tenían un líder, como toda manada: Greta Thunberg. Pero estaban, lo están, dispuestos al sacrificio, como los individuos de una colmena. Es cierto que soluciones sociales como los Erasmus han contribuido a estrechar lazos en Europa y han hecho que los jóvenes tengan una actitud mucho más abierta a la Unión Europea de la que tenemos los individuos anteriores a esta oportunidad.

Greta Thunberg
Fridays for Future. Manifestación de jóvenes por el clima en Düsseldorf, Alemania, 20 de septiembre de 2019. Foto: Kürschner

Cierto que las redes sociales e Internet han sido una nueva especie de feromonas que han permitido conocer y comunicarse a sujetos en lugares muy remotos del planeta. Cierto que las comunicaciones aéreas y terrestres, que tan rápidamente han expandido la infección por coronavirus, han permitido también que muchísimos humanos hayamos estado en lugares remotos y los sintamos como cercanos, queridos incluso.

Pero, sinceramente, creo que ha sido la exponencial expansión de la población mundial la que ha forzado esta respuesta radicalmente distinta a la de la manada. En todas las anteriores epidemias, la respuesta humana había sido promover el más rápido contagio posible, que los niños lo pasaran cuanto antes para que los supervivientes, mermados, con más espíritu de manada, siguieran al líder de nuevo y recuperasen lo perdido.

Un único y solidario hormiguero

Esta vez, estamos hablando de un mucho menor número de muertes que en ninguna de las grandes pandemias de la historia. Y hemos optado por no perder individuos, por proteger a los más débiles, por ser solidarios y cumplir con nuestro deber. No tanto por imposición, como por convencimiento propio.

Es la respuesta de la colmena o el hormiguero, que debe estar en nuestro genoma. Ahora que somos muchos y estamos en un más íntimo contacto, la humanidad ha dejado de ser un conjunto de pequeñas manadas aisladas: cada persona es crucial para el mantenimiento de la humanidad, como ocurre en los hormigueros. No es una decisión inteligente y altruista. Está en nuestro genoma, que encierra mucha más sabiduría que nuestro lóbulo frontal aislado.

Por eso hay esperanza. Por eso, los líderes mundiales, todos ellos machos o hembras alfa, han tratado, durante un tiempo, de dar una respuesta de manada manteniendo la economía. Pero la sociedad, los científicos y, sobre todo, la gente, esas personas que nunca han sido relevantes en la toma de decisiones pero que son fundamentales en la supervivencia de la especie, los sanitarios, los equipos de limpieza y procesamiento de residuos, los agricultores y ganaderos… ellos, con su actitud disciplinada de seguir en el trabajo y proteger la vida, junto a quienes han entendido que era necesario quedarse en casa para preservar a los individuos más frágiles y, disciplinada, heroicamente, se están sacrificando, como las hormigas y abejas obreras, han transformado nuestras manadas en un único y solidario hormiguero.

Una sociedad distinta tras el confinamiento

Y eso explica por qué la sociedad será distinta tras el confinamiento. Ahora es el momento de unos individuos con ciertas habilidades sanitarias y de cuidados, pero pronto se requerirá a los economistas, a los políticos, a los intelectuales y a los científicos para que busquen soluciones a los problemas que persisten y están agravando la crisis: el coronavirus se mantiene 72 horas en ese plástico que contamina nuestros océanos y puede revertirnos su presencia en nuestras aguas y en nuestros alimentos, incluso por la presencia de los microplásticos en las olas que estallan en la costa.

Ahora sabemos que las emisiones de gases de efecto invernadero pueden cortarse de golpe y la calidad de la vida en el planeta mejora; que la presión turística en una ciudad es rápidamente revertida por la ausencia de humanos. Y tenemos que encontrar respuestas que nos permitan continuar viviendo en este planeta, aun cuando nuestros genes nómadas de manada y nuestra curiosidad nos impulsen a viajar a otros planetas. Pero que no sea por no poder sobrevivir en La Tierra.

Es inquietante, pero esa inteligencia social de la que tanto se habla probablemente nos tenga el camino marcado en el genoma.

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