
Un nuevo estudio que compara el tejido canceroso con muestras normales de trompa de Falopio presenta importantes conocimientos sobre este órgano femenino y confirma las características biológicas de la supervivencia.
El carcinoma serosopélvico de alto grado es el tipo más común de cáncer de ovario y tiene la tasa de supervivencia más baja. Para comprender mejor la enfermedad y su progresión, un equipo de investigadores del Laboratorio Nacional del Noroeste del Pacífico (PNNL), del Departamento de Energía de EE UU, examinó el proteoma (miles de proteínas) en muestras de tejido tomadas de 83 pacientes de todo el mundo.
Según las conclusiones de este estudio, publicadas en Cell Reports Medicine, podrían ayudar a identificar tratamientos más específicos.
Para que un tratamiento tenga éxito en cualquier cáncer implica detener la replicación y propagación de sus células anormales.
Karin Rodland, investigadora de PNNL y miembro del equipo que ha llevado a cabo este trabajo, subraya que “las células son piezas de maquinaria muy complejas. Hay muchas formas de romper esa maquinaria y terminar con cáncer. Si no sabes lo que está roto, no puedes arreglarlo”.
Una técnica de creación de perfiles relativamente nueva, denominada proteogenómica, proporciona pistas a los investigadores. Desarrollada en las últimas dos décadas, no solo analiza la genética de las células, sino también cómo se comunican y funcionan a través de miles de proteínas.
Si bien los métodos de investigación anteriores se centraron en cómo se expresan las mutaciones génicas a través del ácido ribonucleico (ARN), el análisis proteómico revela aún más detalles sobre lo que sucede entre las células cancerosas.
Comienzo del cáncer al final de la trompa de Falopio
Ahora, los científicos están trabajando para comprender este universo de proteínas como parte del Consorcio de Análisis de Tumor Proteómico Clínico del Instituto Nacional del Cáncer.
Como parte de ese esfuerzo, un análisis proteogenómico histórico de muestras de tumor archivadas en 2016 identificó procesos celulares específicos asociados con el carcinoma serosopélvico de alto grado ovárico.
El nuevo estudio confirma esos hallazgos y ofrece una imagen aún más nítida al comparar tejido canceroso con muestras normales de trompas de Falopio, lo que respalda la idea de que el cáncer de ovario no comienza en la superficie del ovario, como se pensaba anteriormente, sino al final de la trompa de Falopio.
El estudio también ofreció datos más sólidos porque las muestras de tejido se recogieron utilizando protocolos quirúrgicos estrictos, que eliminaron la respuesta de estrés del organismo a la cirugía como posible factor de complicación.
Según Rodland, “hasta donde sabemos, esta es la primera comparación de nivel de proteína realmente profunda del tejido de las trompas de Falopio y el tejido de cáncer de ovario. Replicar el hallazgo de 2016 en una segunda cohorte de mujeres con diversidad racial y étnica demuestra la fuerza de la observación inicial”.
La maquinaria rota detrás del cáncer de ovario
Los investigadores vincularon dos procesos específicamente al carcinoma serospélvico de alto grado, que a veces se llama enfermedad de los cromosomas rotos. El primero implica la respuesta al estrés que resulta de la producción desbocada de células tumorales. Este efecto, conocido como estrés de replicación inducido por la proliferación, crea inestabilidad en el genoma del tumor.
El segundo proceso es la deficiencia de reparación homóloga, la incapacidad de reparar las células dañadas. Los dos procesos combinados son los que crean los patrones de crecimiento rebeldes e incontrolados del cáncer de ovario.
La identificación de proteínas asociadas en los procesos que impulsan el cáncer de ovario y el aumento de las posibilidades de supervivencia, abre posibles estrategias de tratamiento dirigidas a vías de proliferación específicas, incluido el uso de medicamentos actualmente comercializados.
En la elaboración de este estudio participaron también investigadores de las universidades Johns Hopkins, Salud y Ciencia de Oregón, Brigham Young, la Facultad de Medicina Baylor Washington en St. Louis, y la Universidad de Connecticut, así como del Laboratorio Nacional Frederick para la Investigación del Cáncer y del Instituto Nacional del Cáncer.