Dra. Bendala: La historia oculta y veraz del cromosoma Filadelfia
El cromosoma Filadelfia. Descubierta en 1960, la anomalía cariotípica diagnóstica de la leucemia mielógena crónica se muestra en esta imagen de los cromosomas 9 y 22 en bandas. Se muestra el resultado de la translocación recíproca de 22q al brazo inferior de 9 y 9q (c-abl a un región de clúster de punto de ruptura [bcr] del cromosoma 22 indicado por las flechas). Cortesía de Peter C. Nowell, MD, Departamento de Patología y Laboratorio Clínico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pennsylvania

La leucemia mieloide crónica es una forma de cáncer sanguíneo por proliferación de células de la médula ósea (que en condiciones normales son capaces de formar eritrocitos, macrófagos y plaquetas) que se han malignizado. Las células malignas que lo forman tienen un cariotipo anormal, como describieron en 1960 Peter C. Nowel, un patólogo de la Universidad de Filadelfia, y David A. Hungerford, entonces un licenciado en zoología que realizaba su tesis en el aquel momento nuevo mundo de los cariotipos.

Comparando el cariotipo de células sanas con la de los pacientes con este tipo de leucemia identificaron un pequeño elemento anormal al que llamaron cromosoma Filadelfia, según se puede comprobar en el artículo de Journal National Cancer Institute, de julio de 1960. Ese descubrimiento en aquellos momentos fue un hito.

Fue en Valencia, en el Instituto de Investigaciones Citológicas, donde se identificó que el llamado cromosoma Filadelfia contenía parte del cromosoma 22. Los resultados de sus elegantes experimentos de localización por identificación de la expresión de un gen (en aquella época no había métodos de secuenciación) se publicaron en enero de 1970 en la revista Blood.

Los cuatro autores figuran entre los constructores de la ciencia española, dos de ellos entre los más importantes científicos españoles que realizaron estudios cromosómicos, genéticos: el Dr. José Egozcue, más tarde catedrático de Biología Celular de la Universidad Autónoma de Barcelona, y Félix Prieto, quien fuera años más tarde el fundador del Servicio de Diagnóstico Genético del Hospital La Fe de Valencia.

Los otros dos autores eran Gerónimo Forteza, el primer director del Instituto de Investigaciones Citológicas, y Félix Marco Ots, que era desde hacía unos años el jefe del servicio de Hematología del ahora Hospital Dr. Peset.

El cromosoma Filadelfia

Es curioso que esta parte de la historia se obvie, atribuyendo todo el mérito a los afamados y loables doctores americanos.

De hecho, no fue hasta tres años más tarde cuando la Dra. Janet Rowley fue capaz de identificar la traslocación genética entre los cromosomas 9 y 22, que no se localizó específicamente. Janet Rowley empezó su carrera científica en la Universidad de Chicago, donde en 1960 ya estudiaba cariotipos y aprendió a identificar los 23 pares de cromosomas humanos.

Uno de sus maestros fue el Dr. Charles Huggins, galardonado en 1966 con el Premio Nobel de Fisiología por sus descubrimientos sobre la posibilidad de tratar el cáncer de próstata con hormonas.

En realidad, Rowley fue la descubridora de las traslocaciones y la que identificó en 1973 dos de ellas: la primera, la traslocación entre los cromosomas 8 y 21 responsable de un pequeño porcentaje de casos de leucemia mieloide aguda, que publicó en Annual Genetics, y, ese mismo año, como autora única en Nature, la traslocación entre una pequeña porción del cromosoma 9 y la mayor parte del cromosoma 22, como responsable de la aparición del llamado cromosoma Filadelfia.

Naturalmente, al principio sus brillantes conclusiones fueron acogidas con escepticismo por la profesión médica y la científica, pero siguió aportando evidencia de traslocaciones como marcadores de cánceres diversos.

No fue hasta 1984 cuando se publicó en la revista Cancer Genetics and Cytogenetics, donde se localizaban los puntos exactos de ruptura y fusión entre los dos cromosomas. Para entonces, los autores del trabajo, Jorge J. Yunis y Om Prakash, entonces investigadores de la Universidad de Minnesota, ya disponían de abundantes herramientas para la identificación de los puntos de ruptura de los cromosomas. Jorge Yunis siguió desarrollando su investigación en diversas universidades de Estados Unidos.

Científicos españoles olvidados

En 1998, la Fundación Lasker reconoció la importante labor de Peter C. Nowell y Janet Rowley en el descubrimiento de genes supresores tumorales en el desarrollo del cáncer. Nadie ha reconocido la labor de los investigadores españoles que ni siquiera son incluidos en lugares donde se habla del descubrimiento del cromosoma Filadelfia, incluida la Wikipedia.

He tenido ocasión de conocer personalmente tanto a Félix Marco, como a Félix Prieto. Con este último compartí, desde 2001 a 2015, ambos inclusive, las reuniones del Comité de Expertos del Museo de las Ciencias Príncipe Felipe. Nunca le he visto un mal modo, ni una palabra o gesto arrogante, a pesar de sus numerosas publicaciones sobre trastornos genéticos y su profundo conocimiento del diagnóstico perinatal de enfermedades.

En una ocasión en que le mencioné su autoría en el descubrimiento del cromosoma Filadelfia, me miró con sorpresa y luego miró al profesor Grisolía, que presidía la reunión en la sala de juntas del Museo de la Ciencia, y le dijo: “De verdad que le gusta la Ciencia”. Eso fue todo. Sin petulancias ni detalles de sus méritos. Entre sus discípulos y antiguos colaboradores, figuran Francisco Palau y José María Millán Salvador, ambos reputados genetistas especialistas en enfermedades raras.

Pero no puede ocultarse esa labor meticulosa, intelectualmente brillante, de los científicos españoles. Esa labor que también se desdeñó en el caso de Francisco Martínez-Mójica, que desde la Universidad de Alicante regaló al mundo el conocimiento de un sistema bacteriano para discriminar entre su genoma y el de algunos virus que las infectan.

Ya empiezo a encontrar artículos en que se menciona de pasada ese crucial descubrimiento, para pasar a ensalzar a las dos científicas que recibieron el Nobel por encontrar una aplicación que permite cortar in vitro las cadenas de ADN en células eucariotas.

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