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El Consejo Valenciano de Cultura aprobó la última semana de abril un informe en apoyo de la revisión de la Organización Mundial de la Salud elaborada por las doctoras Daisy Fancourt, profesora de Psicobiología y Epidemiología, y Saoirse Finn, de la University College London. El Informe del Consejo Valenciano de Cultura demuestra el impacto del arte en la evolución de las dolencias físicas y propone que la sanidad pública utilice sus innegables beneficios para la salud, favoreciendo la coordinación entre los responsables de Sanidad y Cultura.
El Dr. Koelsch lleva 20 años estudiando la capacidad de la música para provocar emociones. Los artistas nos han hecho más llevadera la pandemia, pero siguen sufriendo sus consecuencias. Me produjo una enorme alegría ver a Manuel Galiana diciendo que los artistas necesitan al público y que la sociedad necesita el arte.
Siempre he pensado que era el actor español capaz de interpretar a los personajes que hicieron famoso a James Stewart: ambos poseen la genialidad de parecer personas corrientes y llevar un héroe dentro, capaces de convencer a los poderosos de la necesidad de ayudar a los más necesitados y volver a pasar desapercibidos entre la multitud. Eso es genialidad.
Necesitamos el arte, como descubrió mi Universidad durante el confinamiento, que nos mantuvo a todos los profesionales en contacto, sin distinción de especialidad o área de conocimiento, sugiriendo que nos enviásemos poemas. Ahí me cogieron. La poesía es mi pasión, porque no sólo es palabra y transmisión de ideas, la poesía es matemáticas y ritmo. Requiere encajar las ideas en una estructura muy rígida y desbordarlas de emoción, que no se note la pauta y que te mueva el espíritu.
Los poetas son altruistas y filósofos, sensibles, pero también deben ser rigurosos, disciplinados, trabajadores. Como los científicos. Creo que es la rama del arte que mejor puede conectar con los informáticos, otros de los grandes héroes de la pandemia, aunque de los pocos que no han perdido poder adquisitivo.
En su libro Is the Universe a Hologram, Adolfo Plasencia pregunta a grandes sabios y llega a la conclusión de que, en los estudios de Inteligencia Artificial, además de Ingenieros, han de incorporarse Filósofos. El doctor Andrés Moya ha publicado en este último año su libro Ciencia en pequeñas dosis, otra magnífica reflexión sobre la necesidad de que la tecnología respete y favorezca la naturaleza humana.
No podemos seguir frustrándonos frente al ordenador, no podemos seguir temerosos de que las máquinas reduzcan los puestos de trabajo y acaben convirtiendo el teletrabajo en una nueva forma de esclavitud.
Siempre he sido reacia a los juguetes tecnológicos y sigo pensando que los emoticonos son una resurrección de los jeroglíficos que carecen de los matices de la lengua abstracta. Pero en 15 días aprendí a dar las clases por videoconferencia, porque no quería perder el contacto con mis alumnos durante el confinamiento. Y eso, sabiendo que los libros contienen todas las respuestas y que yo no hago falta.
El desafío: enseñar a pensar
Los maestros no transmitimos conocimiento. Las fuentes del saber son cada vez más amplias, pero están mezcladas con muchas mentiras. La función que nos resta es enseñar a pensar. Enseñar a discriminar y dudar de todas las afirmaciones. El escepticismo es una cualidad científica.
El manifiesto de los Jurados de los Premios Rey Jaime I 2020 sobre la brecha digital solicitaba a los estados que acercaran la digitalización al pueblo. Uno de los problemas para mantener la escolarización durante el confinamiento, en el que se facilitaron tabletas a familias desfavorecidas, fue la falta de conexión a Internet que impidió su uso.
No podemos seguir apoyando una tecnología de élite y discriminando a los artistas como parte de la formación. No podemos descuidar a los científicos. No podemos mantener un bajo nivel cultural y pensar que las máquinas lo resuelven todo. Los romanos construyeron los puentes más resistentes a los torrentes sin apenas máquinas, pero con grandes conocimientos. Creían en el trabajo de los hombres.
No propongo renunciar al uso de máquinas y robots, pero hemos de respetar la vida en todas sus formas, la de las plantas que proporcionan oxígeno, la de los animales, que no son juguetes, y la de los humanos con sus limitaciones y creatividad, que necesitan un trabajo digno.