DR. HUGO LIAÑO
Profesor de Neurología Médica en la Universidad Autónoma de Madrid. Autor de Cerebro de hombre, cerebro de mujer (Ediciones B)
El lenguaje constituye un preciso retrato del ser humano, de su personalidad y cultura. Dice un antiquísimo proverbio persa: “El hombre está oculto bajo su palabra”. De las diversas modalidades de lenguaje (administrativa, artística, coloquial, científica, etc.), la científica es la que se usa en los escritos médicos.
Por otra parte, y para comprender las peculiaridades que el lenguaje médico actual tiene, hemos de tomar en cuenta que somos un extracto de la sociedad a la que pertenecemos y, por ende, de los tiempos en que nos encontramos.
Aspectos generales del lenguaje actual
No debemos olvidar que ciertos sistemas e instrumentos de comunicación han modificado el lenguaje, no ya médico, sino general. Ya en el siglo XIX, el filósofo alemán Nietzsche cambió no sólo el estilo sino también los contenidos de sus escritos cuando le regalaron una máquina de escribir. Es un hecho que nuestra escritura a mano se ha deformado y es cansina para quien la pone en juego en contadas ocasiones, desde que hay teclados de todo tipo.
Además, Internet cambia el proceso cerebral del lenguaje e incluso la elaboración del pensamiento, que podemos extender a smartphones, tablets y mensajes WhatsApp; Nicholas Carr escribía en 2011 un jugoso ensayo titulado ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? y yo mismo dedicaba un capítulo del ensayo El conflicto de los sexos (Ediciones B, 2014) con el título de La comunicación de los pulgares ágiles.
No carece de interés, en estos cambios, el efecto de lo que yo he denominado por escrito el buenismo socio-político; es la consabida horterada de os-as, ciudadanos y ciudadanas, compañeros y compañeras… y hasta el famoso tándem miembros y miembras; es aquello de que no haya personas negras, ni siquiera de color -como si los caucasianos fuésemos incoloros como el agua- sino afroamericanos o subsaharianos; para la RAE, en 2004, los afroamericanos eran negros, pero en 2014 ya no lo son; los subsaharianos no estaban en 2004 y sí en 2014, pero sin llamarlos negros.
Otro hecho es que hayan desaparecido los sexos, sustituidos por los géneros, que da pie a recordar el género que aportaban los representantes, hoy comerciales, a las tiendas; según la RAE en su tercera acepción es el grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendiendo éste desde el punto de vista sociocultural en lugar de ser exclusivamente biológico (¿). Hoy ya no hay hombres homosexuales, sino gays, o sea etimológicamente alegres, pues en lengua francesa gai es alegre y así se denominaba a los trovadores; ironizaba un poeta español del pasado siglo llamando a los modernistas aves del gai trinar; en el diccionario de 2004 de la RAE ya figuraba gay como homosexual. Y tantos y tantos ejemplos sobre ese lenguaje que expresa lo políticamente correcto.
Opiniones frecuentes sobre el lenguaje de los médicos
También se nos ha acusado a los médicos de abusar de términos técnicos para hacer incomprensible nuestro lenguaje a los profanos. Así, Amando de Miguel en La perversión del lenguaje escribió acerca de la oscuridad en la terminología médica y la atribuyó a la vanidad de los médicos. García y Gracia decían en Antropología de la Medicina que “el médico se ha caracterizado siempre por un lenguaje artificial y hermético”, debido, según ellos, a un oscurantismo deliberado.
Estas opiniones no son justas; si nuestro lenguaje resulta a veces incomprensible no es de forma intencionada, sino por no expresarse de forma más natural; algo que sucede con cualquier profesional en determinadas circunstancias. Cuando entrevistan por televisión a un bombero o a un policía a propósito de un accidente ¿acaso hablan como lo hacen con sus compañeros o en su casa?
Los coches no chocan sino que son “vehículos que colisionan por alcance”; al llegar al incendio, “aplican el protocolo”; y por más interés que se tomen los sanitarios, a menudo no pueden salvar al accidentado, que “ingresa cadáver”; nunca muere nadie, sino que “fallece”, y no se caen desde una ventana sino que “se precipitan”; lo correcto es que los enfermos fallezcan cuando “caen” al final de una enfermedad y no cuando han muerto, no fallecido, en un accidente o asesinato.
Y de esta guisa podríamos citar numerosas expresiones reviradas, y por eso pienso sinceramente que el lenguaje médico es menos hermético y engolado que el de juristas y economistas, por ejemplo; y mucho menos acompañado de aspavientos que el de quienes nos informan de la previsión meteorológica tras los telediarios.
(Continuará…)