Convierten plásticos en combustible para aviones en una hora
La producción anual de plástico se ha ido multiplicando con el transcurso de los años, pasando de dos millones de toneladas en 1950 a más de 400 millones en 2015. Buena parte del plástico que va a parar al medio ambiente lo hace a los mares y océanos. Foto: rawpixel/freepik

Los científicos pudieron convertir el 90% de los residuos plásticos en combustible para aviones y otros productos de hidrocarburos en una hora a temperaturas moderadas y ajustar fácilmente el proceso para crear los productos deseados. Dirigidos por Chuhua Jia y y el profesor Hongfei Lin, el estudio aparece en Chem Catalysis.

“En la industria del reciclaje, es clave”, matiza el profesor Lin. En las últimas décadas, la acumulación de residuos plásticos ha provocado una crisis medioambiental, contaminando océanos en todo el mundo. A medida que se degradan, se ha descubierto que diminutos trozos de microplásticos entran en la cadena alimentaria y se convierten en una amenaza potencial, aunque desconocida, para la salud humana.

El reciclaje de plásticos, sin embargo, ha sido problemático. Los métodos de reciclaje mecánico más comunes derriten el plástico y lo moldean de nuevo, pero eso reduce su valor económico y calidad para su uso en otros productos.

El reciclaje químico puede producir productos de mayor calidad, pero ha requerido altas temperaturas de reacción y un largo tiempo de procesamiento, lo que lo hace demasiado costoso y engorroso para la industria. Debido a sus limitaciones, solo alrededor del 9% del plástico en EE UU se recicla cada año.

En su trabajo, los investigadores de la Universidad estatal de Washington desarrollaron un proceso catalítico para convertir de manera eficiente los plásticos de polietileno en combustible para aviones y lubricantes de alto valor.

El polietileno, también conocido como plástico número 1, es el más utilizado en la fabricación de gran variedad de productos, desde bolsas, briks de leche y botellas de champú hasta tuberías resistentes a la corrosión e, incluso, muebles.

Plásticos como combustible

Para el proceso, los investigadores utilizaron un catalizador de rutenio sobre carbono y un disolvente de uso común. Pudieron convertir aproximadamente el 90% de los plásticos en componentes de combustible para aviones y otros productos de hidrocarburos en una hora a una temperatura de 220 grados Celsius (428 grados Fahrenheit), que es más eficiente y más reducida que las temperaturas que se usarían normalmente.

Jia reconoce que, antes del experimento, “solo especulamos, pero no sabíamos si funcionaría”. El ajuste de las condiciones de procesamiento, como la temperatura, el tiempo o la cantidad de catalizador utilizado, proporcionó el paso críticamente importante de poder ajustar el proceso para crear productos deseables, señala el profesor Lin.

Con el apoyo de la Washington Research Foundation, los investigadores están trabajando para ampliar el proceso para la comercialización futura. También creen que podría funcionar eficazmente con otros tipos de plásticos.

En este estudio participaron también científicos del Laboratorio Nacional del Noroeste del Pacífico, entre ellos el profesor Jim Pfaendtner. La financiación estuvo a cargo de las Fundaciones de Investigación del estado de Washington y la Nacional de Ciencias.

Vida breve de los plásticos

Un peso equivalente al de 80 millones de ballenas azules, 1.000 millones de elefantes o 25.000 Empire State. Esta es la cantidad de plástico que hemos generado desde que comenzó la producción a gran escala de materiales sintéticos a principios de la década de los años cincuenta. Unos 8.300 millones de toneladas. Una cantidad suficiente para cubrir Argentina.

Estos datos figuran en el estudio Production, use, and fate of all plastics ever made realizado en 2017 por la Universidad de California en Santa Bárbara, la Universidad de Georgia y la Sea Education Association.

De manera previsible, la producción anual de plástico se ha ido multiplicando con el transcurso de los años, pasando de dos millones de toneladas en 1950 a más de 400 millones en 2015.

Y, según los analistas, esta tendencia no parece remitir: de la totalidad de plástico generado entre estas dos fechas por los seres humanos, la mitad se produjo en los últimos años. Una de las causas principales del incremento imparable en la producción de plásticos es que tienen una vida útil muy breve: la mitad se convierten en residuos después de cuatro años de uso o menos.

Aunque lo verdaderamente preocupante es que solo el 9% de esos residuos se recicló, mientras que un 12% se incineró y un 79% terminó en vertederos y en el medio ambiente.

Buena parte del plástico que va a parar al medio ambiente lo hace a los mares y océanos. El agua, el sol, el viento y los microorganismos van degradando el plástico vertido al océano hasta convertirlo en diminutas partículas de menos de 0,5 centímetros de largo conocidas como microplásticos.

El impacto de los microplásticos

Estas partículas las ingieren el plancton, los bivalvos, los peces y hasta las ballenas, quienes las confunden con comida. En 2016, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) informaba de la presencia de microplásticos hasta en 800 especies de peces, crustáceos y moluscos.

Según investigadores de la Universidad estadounidense John Hopkins cualquier europeo que consuma marisco de forma habitual ingiere aproximadamente 11.000 microplásticos al año.

A finales de 2018, un estudio de Greenpeace y la Universidad Nacional de Incheon, en Corea del Sur, concluyó que el 90% de las marcas de sal muestreadas a nivel mundial contenían microplásticos. Los científicos saben también que el agua del grifo es otra de las fuentes por la que los humanos ingerimos pequeñas partículas de plástico.

Preocupados por estos datos, se ha empezado a estudiar el efecto de los microplásticos en el organismo humano. Los residuos encontrados con más frecuencia fueron el polipropileno y el tereftalato de polietileno (PET), ambos componentes principales de las botellas de plástico y los envases de leche y zumo.

Sin embargo, los investigadores reconocieron que no es posible determinar la procedencia de cada partícula y apuntan a que, probablemente, la comida se contamina durante varias etapas del procesado de alimentos o como resultado de su empaquetado.

Hasta el momento no se han encontrado evidencias que determinen que los microplásticos representen un riesgo para la salud de las personas. Especialmente en el caso de las partículas grandes, como las halladas en el estudio. En cambio, las partículas pequeñas entrañan más riesgo ya que pueden introducirse en el torrente sanguíneo, el sistema linfático y llegar al hígado.

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