Dra. Bendala: Altos niveles de dióxido de carbono favorecen la replicación de ciertos virus
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Conocí al profesor José María Baldasano Recio en 1999, durante la constitución del Alto Consejo Consultivo en I+D+i de la Presidencia de la Generalitat Valenciana. Es uno de los mayores expertos en emisiones de gases con efecto invernadero. Para entonces, gracias al Dr. Rubio Delgado y otros sabios preocupados por la preservación de la naturaleza, ya había oído hablar del calentamiento global generado por su emisión masiva a la atmósfera.

Ambos, y el resto de miembros del grupo bajo la vicepresidencia de Santiago Grisolía, trajeron en febrero de 2005 al Museo de las Artes y las Ciencias de Valencia a Thomas Voight, del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, y juntos explicaron el problema del aumento de los gases de efecto invernadero generados por la actividad humana como causantes del aumento de las temperaturas, que cambiaría el clima volviendo áridas zonas de cultivo y provocaría un deshielo que inundaría graves regiones del planeta.

Evidenciaron los mayores riesgos de sequías e inundaciones extremas, de la mayor incidencia de tornados, huracanes, tormentas de intensidad devastadora e incendios que destruirían nuestros bosques, con un Mediterráneo especialmente afectado. Todo ello es aterrador. Y se está produciendo… Pero ¿y si no es todo?

Cuando estudiábamos la composición de la atmósfera terrestre, decíamos que el mayor porcentaje correspondía al nitrógeno, con más del 75%, y que el oxígeno ocupaba el 21% del volumen. También había otros compuestos, como vapor de agua, argón y una pequeñísima parte de dióxido de carbono. Pero no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la Tierra apenas disponía de oxígeno atmosférico y su aparición en la atmósfera se produjo, según un trabajo publicado en 2016 por Roger Summons, del Instituto de Tecnología de Massachussets, en un período de 10 millones de años, pero fue irreversible.

Un trabajo de la Universidad de Sant Andrews, publicado en 2020, demuestra que la primera glaciación ocurrió inmediatamente después del gran evento oxidativo, es decir, de la incorporación masiva del oxígeno a la atmósfera. Las glaciaciones han contribuido a la selección de especies en el planeta. Pero más dramático que el efecto de enfriamiento del planeta supuesto por la alta concentración de oxígeno atmosférico, supuso la transformación de la química del planeta y su impacto en la selección de la vida. El oxígeno permitió el desarrollo de la vida aerobia.

Aumento de la concentración de dióxido de carbono y calentamiento del planeta

El grupo de Simon Poulton, catedrático de Bioquímica e Historia de la Tierra de la Universidad de Leeds, publicó en Science en 2019 que este aumento tuvo tres fases, porque unos procesos aceleraron la bioquímica para aumentar la concentración de oxígeno venciendo los equilibrios previos.

La explicación de que el oxígeno se mantuvo al 21% porque concentraciones mayores causarían incendios no me convence, pues los bosques surgieron muchos millones de años después.

Este aumento de la concentración de dióxido de carbono, metano y otros gases de efecto invernadero, claramente ha supuesto un calentamiento del planeta.

Algunos estudios indican que debajo del ahora fundente permafrost, además de petróleo, se acumulan muchas toneladas de gas metano atrapadas en el suelo helado. Ese deshielo supondría la liberación masiva de metano a la atmósfera, que aumentará las temperaturas… Y una carbonificación de la atmósfera, lo mismo que ocurre con el dióxido de carbono. Pero ¿forzará un cambio de las reacciones químicas? ¿Afectará a la vida de forma tan radical como lo hizo el oxígeno?

En 2019, el Premio Nobel de Medicina se concedió a Peter Ratcliffe, William Kaelin y Gregg Semenza, por su descubrimiento de los mecanismos de percepción de los niveles de oxígeno por las células y su adaptación a la disponibilidad de oxígeno. Algunos genes se expresan más o menos en función de los niveles de oxígeno disponibles en unos estrictos límites.

Ignoro las repercusiones, pero el metano es altamente inflamable, lo que aumentaría los incendios y liberaría mucho más carbono de los bosques quemados hacia la atmósfera.

Hemos descubierto que elevados niveles de dióxido de carbono favorecen la replicación de algunos virus. Entre ellos el coronavirus, que tantas muertes y tantas repercusiones sanitarias, económicas y sociales ha tenido desde la mutación que le permitió infectar a los humanos.

Ese genoma nómada de los humanos nos ha dado una solución alternativa y muy romántica: viajar a otros planetas. Soñamos con disponer de bases espaciales estables en otros planetas incluso en otros sistemas solares. Ya están reclutando personas para estudiar las consecuencias de viajar a Marte.

No parece tan fácil. En 2017, Hall, Young y Rosbash recibieron el Nobel por demostrar que muchos seres vivos, entre ellos los humanos, poseen genes que adaptan las respuestas a los giros de la Tierra sobre sí misma y alrededor del Sol. Eso implica una cohesión permanente entre la vida y el planeta que no sabemos cómo se vería afectada de abandonarlo. No es inmediatamente letal, eso está claro, pero no sabemos las consecuencias en la especie, aunque crecientes datos relacionan la ruptura de ritmos circadianos, como se llaman, con un aumento de la presencia de cáncer y aceleración del envejecimiento.

La ciencia dispone de datos y una correcta interpretación puede ayudar a encontrar la respuesta. Pero las decisiones que frenen esta carbonización incipiente deben tomarse cuanto antes con criterios coordinados a nivel internacional. Y debemos estudiar la homogeneidad del genoma y la dependencia mutua de todos los seres vivos y el sistema solar.

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