

La literatura está plagada de fábulas, cuentos e historias (Esopo, Jean de La Fontaine, Tomás de Iriarte, Félix María de Samaniego) que utilizan a las aves, los ratones y los gatos, entre otros animales, para hacer pedagogía moral a los humanos. En La decadencia de la mentira, el también fabulador Oscar Wilde dijo, por boca de Vivian, que la vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida.
Respecto al asunto que nos atañe ahora, se puede contradecir al maestro con la propuesta de prestar más atención a lo que sucede a diario en la vida real relatada en el libro inacabado de la naturaleza. Porque es una fuente de problemas, pero también de conocimiento, a pesar del desprecio wildeano frente al arte.
La naturaleza, de la que los humanos formamos parte como una especie más, está continuamente enviando señales de advertencia indicativas de que las cosas se pueden hacer mucho mejor. Sin embargo, y lamentablemente, estos avisos suelen caer en el agujero negro de la indiferencia.
Hay múltiples ejemplos que permiten sostener esta aseveración: el cambio climático y el agujero de ozono, la contaminación universal de plásticos, las pruebas nucleares, el hiperconsumo de agua (Doñana), las construcciones salvajes y sin un mínimo de seguridad antisísmica (Turquía y Siria), la depredación de especies protegidas y el furtivismo, la desforestación disparatada y criminal (Amazonas brasileño) y por ahí.
También las zoonosis, un fenómeno natural y azaroso, de alcance planetario, muy antiguo pero de irremediable actualidad.
Epizootias, epidemias y pandemias zoonóticas
La pandemia del coronavirus SARS-CoV-2 es el último gran ejemplo de zoonosis o infección animal (murciélagos) que puede afectar, y de qué modo, a los humanos (a fecha de hoy, según DG-Alerts, covid-19 suma más de 673.000 millones de infectados y casi 7 millones de muertos, 1,02%). Las infecciones animales que saltan a los humanos son un asunto que nos interesa.
Lo hemos tratado en esta publicación en otras ocasiones. No en vano las zoonosis conforman el 75% de las infecciones que afectan a la especie Homo sapiens. Como es bien sabido, estas enfermedades estaban, están y estarán unidas a la biografía de la humanidad. Retratan a la perfección la estrecha relación entre los animales y los humanos, miembros ambos del mismo ecosistema (la naturaleza). Son una prueba irrefutable de la salud global: a más zoonosis, peor salud.
Las enormes pandemias de gripe del siglo XX (1918, 1957 y 1968), en las que participaron como hospedadores virales los cerdos (A/H1N1), las aves (A/H5N1 y otros subtipos) y los humanos (virus influenza A y recombinantes zoonóticos de los anteriores) se grabaron para siempre en la conciencia de los científicos, los políticos, los sanitarios y la ciudadanía del planeta. Debido a las cifras espectaculares de morbilidad y de mortalidad generadas.
Aunque los números oficiales siempre están muy por debajo de la realidad, es sabido que la mortalidad de la gripe estacional está en torno al 1% mientras que algunas pandemias (por ejemplo, la influenza de 1918) alcanzó el 2.5% (unos 40 millones de fallecidos).
Se entiende que los dirigentes de organismos internacionales como la OMS temblaran cuando aparecieron la epidemia de SARS coronavirus (2002), la gripe H1N1 pandémica (2009) y la epidemia de MERS coronavirus (2012) aunque, por fortuna, no alcanzaron la categoría de cataclismo.
Los coronavirus epidémicos han ido entrando en la escena epidemiológica para sumar preocupación a la ya generada por las citadas epidemias gripales, otros brotes menos aparatosos aunque graves (Ébola, Marburg, Crimea-Congo) y una temida y temible forma de gripe que arrasa a las aves: la gripe aviar.
Tal vez sea una simpleza reduccionista (aves) porque, como es sabido, el rango de hospedadores de los virus gripales es más amplio pudiendo afectar otros animales y también al bípedo sin plumas, como Sócrates definió al hombre por boca de Platón, según relata Diógenes Laercio (siglo III d. C.) cuando habla del cínico Diógenes de Sinope (c.412 a. C.-323 a. C.) en su Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres (traducción del griego al inglés, Book VI, Chapter 2, 40).
La gripe de las aves es mucho más que un pato azulón aquejado de romadizo

La gripe aviar, en su versión animal altamente patogénica, golpea cada cierto tiempo y de forma contundente a diferentes especies de aves silvestres y domésticas. Lo hace en variados lugares del planeta, desde tiempo inmemorial. Y sigue en la actualidad: The Atlantic (Eagles Are Falling, Bears Are Going Blind, 15 de febrero de 2023) dice que la gripe aviar es ya una tragedia.
La primera descripción científica de gripe aviar afectando a gallinas, pollos y anátidas, como las ocas, apareció en Lombardía (Italia) en el año 1878, si bien fue confundida con una forma de cólera o de tifus aviar.
El trabajo, de 43 páginas y publicado con el título de Epizoozia tifoide nei gallinacei (Figura 1), lo firmó en Torino el parasitólogo Edoardo [Bellarmino] Perroncito (1847-1936). Como dice el autor, esta infección fue muy frecuente durante todo el siglo XIX en Italia, Francia, otros países europeos y la India.
En el siglo XX, con numerosos brotes y epidemias en Europa, Asia y en los Estados Unidos, dos de los brotes más llamativos ocurrieron en Hong Kong en 1987 y en 1998 y en China y Hong Kong en 1999. Sin embargo, es posible que el asunto sea mucho más antiguo. Según el erudito profesor Francisco Guerra, la gripe (porcina, no aviar) fue la primera epidemia que los españoles introdujeron en América, en el segundo viaje colombino (1493).
Más tarde, en un trabajo publicado en 2006 (La gripe de Cristóbal Colón. Hipótesis sobre una catástrofe ecológica), propusimos la hipótesis de que la gripe porcina de Cristóbal Colón pudo tener un componente aviar expansivo en el Nuevo Mundo poscolombino.
Se sustentó el argumento en el hecho de que, por primera vez en la historia, existió un escenario epidemiológico único en el que concurrieron y participaron cerdos, aves, humanos (datos contrastados) y, muy probablemente, virus gripales, como se sintetiza en la Figura 2 (corresponde a la tabla 4 de la publicación original).
Históricamente, el origen de los brotes y epidemias de gripe aviar predominan en China, pero también aparece en lugares muy distantes entre sí. Un hecho que se entiende debido a las enormes distancias (decenas de miles de kilómetros) recorridas por algunas aves (por ejemplo, las acuáticas: patos y gansos) en sus migraciones periódicas anuales. Los patos salvajes que anidan en Canadá pueden ser portadores asintomáticos (30%) y diseminadores del virus.
Existen innumerables ocasiones de contacto entre las aves migratorias y las domésticas (pollos, gallinas, patos, codornices, pavos), además de mamíferos (vacas, ovejas, ciervos, jabalíes, zorros, perros, gatos, linces, hurones, osos y muchos más), en sitios comunes (lagunas, lagos, charcas, arroyos, pozos, bebederos, corrales, bosques, zonas de cultivos, granjas de animales como visones).
Los lugares donde se acumulan las secreciones respiratorias y las heces de las aves infectadas las cuales son muy ricas en virus gripal (un gramo de heces puede infectar a un millón de aves).
Además, los virus gripales son muy resistentes a las condiciones ambientales y pueden resistir tres meses en el estiércol o guano, cuatro días en el agua a 22ºC y más de un mes a 0ºC de temperatura.
Para colmo, los virus de tropismo aviar (sobre todo, pero no solo, los subtipos A/H5N1, A/H5N2, A/H9N2 y A/H5N8) parecen no conformarse con los hospedadores plumíferos y no cejan de buscar nuevos escenarios.

En este sentido, es muy interesante, y preocupante, el cada vez más creciente grupo de los mamíferos como diana viral. Porque, así como el coronavirus pandémico vigente (SARS-CoV-2) ha encontrado la forma de afectar, además de murciélagos y roedores (reservorios), a mamíferos como los visones y los ciervos de cola blanca, algunos virus gripales siguen un camino igual o muy parecido.
Hay ejemplos ilustrativos de brotes de gripe aviar apareciendo sucesivamente. Por ejemplo, el reciente brote en una granja de visones en Galicia (España).
Este (la participación de los mamíferos) es, sin duda, un hecho de enorme trascendencia. Ha demostrado, una vez más, la capacidad de expansión de los virus gripales (infectados desde las aves y, tal vez, desde otros mamíferos de igual o distinta especie), la posibilidad de replicarse y de difundirse entre ellos en forma de epizootia o epidemia animal además del riesgo real, al menos en potencia, de atacar a los humanos desde los animales carnívoros, no sólo las aves.
Hay trabajos que encuentran el virus de la gripe aviar en decenas de especies de mamíferos. Sirvan los leones marinos de la costa del Pacífico peruano o algunos de los animales (sobre todo felinos) custodiados en los zoos.
Sube varios grados el termómetro del interés y la preocupación cuando se sabe (Pathogens, 2023) que en determinados mamíferos carnívoros como el zorro rojo (Vulpes vulpes), el turón (Mustela putorius), la nutria (Lutra lutra) y el tejón (Meles meles) el virus gripal subtipo A/H5N1 altamente patogénico demuestra tropismo neurológico (meningoencefalitis) sin apenas repercusión digestiva ni respiratoria. No son animales griposos, sino encefalíticos.
Y hay que sumar, además, el importante hecho epidemiológico de que estos animales no estaban agrupados geográficamente (sospecha de contagio desde las aves, como parece que ha ocurrido con los visones de Galicia). Un hecho apoyado por la secuenciación genómica y el análisis filogenético indicativos de que el virus está relacionado con las aves de la zona (Países Bajos).
Un dato de gran interés es que presentan la mutación PB2-E627K, lo cual sugiere la adaptación del virus gripal aviar a los mamíferos carnívoros. En este sentido, un trabajo de Liu WJ et al, en el Proc Natl Acad SCi USA del 1 de septiembre 2020, demostró la misma mutación en el virus A/N7H9 como adaptación en los humanos del virus proveniente de aves de corral. Es decir, los virus aviares buscan y encuentran acomodo en los mamíferos animales y humanos. Con la mutación de un solo aminoácido: glutámico por lisina. Un inquietante asunto.
Cada epidemia zoonótica es otro aviso de la naturaleza
La pandemia de Covid-19, como las diferentes formas de gripes epi-pandémicas, deberían servir para recordarnos que vivimos en un mundo global, más pequeño y cercano de lo que algunos suponen, el mismo planeta que habitan los microbios sin fronteras y donde cualquier asunto que parece remoto, sea guerra, seísmo, tsunami o epidemia se convierte en un problema doméstico en solo unas horas. Sin olvidar las amenazas virales con potencial pandémico.
Esta premisa sirve de antecedente para el comentario bibliográfico que sigue. Se trata de un artículo muy interesante de un grupo multinacional europeo. En él se ofrece información bien respaldada sobre una enfermedad animal que, de momento, no parece afectar a los humanos. Pero no es descabellado recordar que la naturaleza no sigue la agenda humana.
Hay que estar en guardia continua porque los virus han demostrado en múltiples ocasiones que no desprecian la posibilidad de incrementar la nómina de hospedadores, inventar nuevas formas de contagio y ampliar el modo de expresarse clínicamente. Esto, unido al desarrollo tecnológico de los laboratorios, permite presumir, con alta posibilidad de acierto y, parafraseando al gran Freddy Mercury, que el show zoonótico no ha acabado aún. Ni tiene visos de acabar.
Los rubivirus, esos grandes desconocidos

Los rubivirus pertenecen a la familia Matonaviridae, llamada así en homenaje al médico y naturalista británico Willians George Maton (1774-1835), quien diferenció en 1814 la rubeola del sarampión y la escarlatina (Maton W. G. Some account of a rash liable to be mistaken for scarlatina. Medical Transactions of the Royal College of Physicians, 1815; 5: 149-165.).
La familia Matonaviridae está formada por un solo género (rubivirus) dotado de un RNA de cadena única (single stranded/ssRNA) de polaridad positiva. El genoma es algo menor de 10.000 nucleótidos (a efectos comparativos, es aproximadamente un tercio el tamaño del SARS-CoV-2) con dos marcos de lectura abierta (ORFs) codificantes de proteínas estructurales (sPP) y no-estructurales (nsPP) (Figura 3).
Desde 2020, las especies aceptadas de rubivirus son tres: R. rubellae/RuV (virus de la rubeola humana), R. ruteetense o virus Ruhugu/RuhV (propio de algunas especies de murciélagos sanos de Uganda, como Hipposideros cyclops) y R. strelense o virus Rustrela/RusV (que infecta a mamíferos placentarios y marsupiales).
Los dos últimos rubivirus animales están muy cercanos, filogenéticamente, al RuV humano (Figura 3). El virus rustrela varía en unos cuantos aminoácidos en la proteína que se une a la célula del hospedador. Además, hay cuatro epítopos putativos de células B en la proteína de fusión (E1, figura 4) de rustrela que están altamente conservados con el virus de la rubéola y el virus ruhugu.

El virus Rustrela/RusV fue descrito (hubo una corrección, intrascendente, posterior) en un zoológico de Alemania en tres clases de animales con encefalitis (capibara, burro y ualabí/walabí, que es un marsupial semejante al canguro) y también en los ratones de campo de cuello amarillo (Apodemus flavicollis) que pululaban dentro y en los alrededores del zoo (en un radio de 10 km.). El artículo que nos ocupa en esta entrega aporta, entre otras cosas, tres asuntos de interés, todos muy novedosos:
- Demuestra de modo solvente la etiología de una enfermedad neurológica grave que afecta a los gatos y a otros mamíferos.
- Descarta que dicha infección sea producida por otra especie de virus (el Orthobornavirus bornaense/BoDV-1, de la familia Bornaviridae, el agente causal de la enfermedad de Borna), el cual ha sido durante mucho tiempo el principal sospechoso.
- Aporta una nueva técnica diagnóstica de rango genómico (RT-PCR panRusV) desde ahora necesaria para diagnosticar correctamente esta enfermedad.
La asombrosa enfermedad gatuna
Los gatos silvestres y domésticos (Felis silvestris catus) pueden sufrir una grave infección neurológica denominada enfermedad tambaleante (staggering disease) en virtud del signo clínico más definitorio (marcha anormal), llamada por algunos enfermedad asombrosa porque este es otro de los significados en español de staggering.
Desde el punto de vista clínico se manifiesta por un cuadro neurológico abigarrado en el que destaca la ataxia de las patas traseras (de ahí la marcha tambaleante o asombrosa), pero que puede ir acompañada de otros síntomas y signos como hiperestesia, incapacidad de retraer las garras, temblores y, en algún caso, convulsiones generalizadas. También puede haber alteración del comportamiento.
El cuadro clínico dura desde unos días a varios meses. Traduce la existencia de una meningoencefalomielitis linfohistiocitaria no supurativa. Desde el punto de vista histopatológico hay inflamación de predominio en la sustancia gris cerebral (corteza, hipocampo, tronco cerebral, cerebelo y médula espinal), un dato diferenciador de otras encefalopatías (Borna) que muestran tropismo por la sustancia blanca.
La asombrosa enfermedad tambaleante, conocida desde hace varias décadas, afecta a los gatos y a otros mamíferos y tiene predominio estacional (invierno y primavera), tal vez en relación con fluctuaciones en las poblaciones de los animales (ratones) reservorios. Todavía se desconoce la forma de contagio.
La infección es más frecuente, hasta ahora, en determinadas zonas de algunos países europeos (Suecia, Austria y Alemania). Los ratones de campo de cuello amarillo habían sido, hasta ahora, los reservorios sospechosos, sin sufrir la enfermedad. Pero, a raíz del artículo que comentamos, es posible implicar también a los ratones de campo (Apodemus sylvaticus) como probables reservorios, al menos en Suecia, en lugar de los de cuello amarillo, que son los putativos reservorios en Alemania (¿adaptación divergente?).
No es difícil relacionar a los ratones con los gatos porque los primeros forman una parte importante de la pirámide nutricional de los segundos: los gatos cimarrones, descendientes directos de los domésticos, tienen como presas preferentes a los mamíferos (78%, sobre todo conejos, ratas y ratones) y aves (16%, mucho más alta cuando se analizan gatos habitantes de islas) (BJN, 2011).
De interés es destacar que, hasta el presente, la infección de tropismo neurológico que afecta a los ratones, a los gatos y a otros mamíferos no se ha descrito en los humanos. Pero este hecho no le resta interés científico ni epidemiológico, ni excluye que pueda estar ocurriendo o suceda en el futuro.
Virus que han estado milenios viviendo en los simios (VIH), los murciélagos (Ébola, Marburg, coronavirus respiratorios y epi/pandémicos), los cerdos (gripe suina) o las aves (gripe aviar) son ahora grandes protagonistas de la patología infecciosa humana.
En cuanto a la etiología de la aparatosa enfermedad, el estudio de Kaspar Matiasek et al. permite asegurar que la causa de esta infección neurológica es el rubivirus Rustrela/RusV, es decir, el Rubivirus strelense (strelense deriva de Strele Sound, la región alemana donde fue descrito por primera vez).
Los investigadores europeos encontraron evidencias del virus en 27 gatos (93,10%) de los 29 correctamente diagnosticados de la enfermedad por veterinarios expertos. El diagnóstico se hizo mediante serología, RT-PCR (con un ensayo nuevo panRusV), secuenciación genómica de alto rendimiento (HTS), hibridación in situ (ISH) e inmunohistoquímica (IHC).
Los autores reconocen no poder aplicar los postulados de Henle-Koch por no haber podido aislar el virus (con lo cual no se cumplen los puntos 3 y 4 de los postulados).
Po otra parte, los resultados analíticos e histopatológicos demostrados en los gatos enfermos no se encontraron en ningún animal de un grupo de gatos controles sanos ni en otros casos de encefalitis felina debidas a otras etiologías.
De forma paralela, como se dijo antes, no hubo ninguna evidencia en el tejido cerebral (estudio de antígeno y RNA mediante RT-PCR) de la participación del bornavirus BoDV-1 ni otros orthobornavirus (los agentes causales de la enfermedad de Borna, una zoonosis de equinos, ardillas, aves y humanos). En suma, la causa de la enfermedad tambaleante de los gatos es el rubivirus rustrela o R. strelense. Sin duda, una buena aportación a la ciencia.
Un nuevo paradigma diagnóstico de la infección por rubivirus ‘Rustrela’ y la enfermedad tambaleante
Hasta ahora, esta interesante neuropatía de causa infecciosa que afecta a los félidos y que parece estar muy distante de la patología humana, se diagnosticaba con la suma de criterios epidemiológicos (distribución por el territorio de los ratones de campo Apodemus spp. reservorios, predominio estacional), clínicos (ataxia de patas traseras y otros síntomas neurológicos), anatomopatológicos meningoencefalomielitis linfohistiocitaria de predominio en materia gris, con afectación perivascular)y los métodos de diagnóstico de laboratorio (serología, inmunohistoquímica, hibridación in situ y RT-PCR).
Pero, en adelante, como sostienen Matiasek y colaboradores, se debe incorporar la RT-PCR panRusV. A falta del aislamiento del virus que permita comprobar los criterios de Henle-Koch.
Los rubivirus y los humanos

Como está dicho, de las tres especies de rubivirus conocidas hasta ahora (R. rubella, R. ruteetense y R. strelense), solo una causa daño clínico al ser humano: es el virus R. rubellae, el agente causal de la rubeola. La rubeola (Figura 5), antaño denominada incorrectamente “sarampión alemán”, una infección infanto-juvenil generalmente leve, salvo que afecte a las mujeres embarazadas, en cuyo caso puede provocar graves daños al feto o rubeola congénita (unos 100.000 casos anuales). No hay casos descritos de infecciones humanas por R. ruteetense. Ni por R. strelense.
Comentario ‘ad hoc’
En la patología infecciosa animal y humana, el capítulo de las zoonosis es, además de apasionante, interminable. En las últimas décadas se han descrito decenas de nuevas infecciones (enfermedades emergentes) y han reaparecido (reemergentes) otras que parecían aletargadas (Figura 6). Los cambios ambientales en el ecosistema están abriendo nuevos escenarios para los microbios (sobre todo, aunque no solo, los virus), los insectos vectores (mosquitos, garrapatas), los animales reservorios (murciélagos, roedores) e intermediarios (mamíferos, marsupiales) y los humanos de todas las razas, etnias, ideologías, creencias, condición socioeconómica y lugar de nacencia o habitación.
Por otra parte, el enorme progreso de la tecnología de laboratorio, en especial la secuenciación genómica masiva, está ayudando a resolver muchas incógnitas a la vez que va abriendo numerosas posibilidades etiológicas y diagnósticas.
Frente a las grandes pandemias (gripes, coronavirosis) con elevadísima morbilidad y mortalidad, o junto a ellas, existen problemas menos mediáticos pero de enorme trascendencia por la mortalidad que generan (en algunos casos superior al 80%: Ébola, Marburg) y por la población a la que castiga (países de bajo o muy bajo nivel de vida sin apenas recursos propios).
En este contexto, averiguar la implicación etiológica de un virus (Rubivirus strelense o virus rustrela) poco conocido, incluso para los infectólogos, epidemiólogos y microbiólogos más experimentados, en una rara enfermedad infecciosa de claro tropismo neurológico (meningoencefalomielitis no supurativa) que afecta a los gatos y a otros mamíferos es mucho más que una simple anécdota científica. Como lo es que el virus aviar se está adaptando a los mamíferos y expresando su daño cerebral, más que respiratorio o digestivo.

Es, sencillamente, una prueba irrebatible de que la historia de las zoonosis es como el cuento medieval de las mil y una noches: una historia interminable, o un relato enmarcado, es decir, la sucesión de historias (infecciones) con los mismos o parecidos personajes (virus, aves, mamíferos y humanos) dentro de una narración principal (el libro de la naturaleza). La cual, sin el permiso de Oscar Wilde, merece ser atendida (y entendida) para evitar su decadencia.