La marca psicológica de COVID-19: nada volverá a ser igual
Seguramente, pasará mucho tiempo hasta que nos adaptemos y recuperemos los hábitos, costumbres e incluso la forma de pensar que teníamos antes de la irrupción del COVID-19 en nuestra vida. Las palabras contagio, virus y el miedo a la muerte estará marcando todos los procesos cognitivos y emocionales que influyen y regulan nuestra conducta individual y colectiva. Foto: Freepik

Seguramente, pasará mucho tiempo hasta que nos adaptemos y recuperemos los hábitos, costumbres e incluso la forma de pensar que teníamos antes de la irrupción del COVID-19 en nuestra vida. La palabra contagio, virus y el miedo a la muerte estará marcando todos los procesos cognitivos y emocionales que influyen y regulan nuestra conducta individual y colectiva.

Todos somos diferentes, todos afrontamos e interiorizamos la misma experiencia, pero de forma muy singular y diferencial. La crisis social, económica y emocional asociada al COVID-19 nos afecta psicológicamente de maneras muy diferentes. Vivir una pandemia de estas dimensiones, con una mortalidad superior a los 25.000 y una cifra estimada de profesionales sanitarios contagiados de más de 40.000, ha activado y disparado nuestro sistema de alarma y amenaza por la supervivencia en todos nosotros. Esta situación traumática no es tan fácil de olvidar en días, semanas, meses, incluso en años, ¿quién sabe?

Primeros pasos frente a la nueva realidad

Partimos de una situación con un difícil contexto, repleto de incertidumbre en cualquier ámbito que afecta a la vida, desde los aspectos puramente vinculados con la protección de la salud, a los económicos y de la nueva forma de volver a entender la interacción social. Todo esto no escapa a nuestro entendimiento y tiene, sin duda, un impacto en la salud mental de las personas y la influencia de los colectivos afectados en cualquier aspecto dentro del contexto social.

Prácticamente nadie de las personas de a pie, e incluso muchos de los profesionales de la salud, se imaginaba ni intuía en el mes de enero que se fuese a declarar un estado de alarma que tuviera a la población confinada en su casa, que los negocios se tuviesen que paralizar con todas las consecuencias directas que conlleva, que sin previsión pasáramos de la libertad a unas nuevas normas impuestas y días y días repletos de incertidumbre; y la muerte como principal invitado sorpresa a nuestras vidas.

Por lo desconocido que resulta este escenario, estar tanto tiempo confinados en un auténtico estado de privación de la libertad por imposición es una experiencia nueva y trascendente para la gran mayoría y que genera conflicto tanto de ámbito individual como colectivo. Y a esto se le debe sumar la influencia del bombardeo y sobreexposición de información y datos derivados de los diferentes medios de comunicación, que influyen directamente en el estado anímico y psicológico que tiene en las personas las cifras de fallecidos, infectados y la interpretación ante la incertidumbre fruto de la percepción de la falta de control ante la situación.

Lamentablemente, y por desgracia, son muchos los que han sido alcanzados por el COVID-19 o han perdido a algún amigo, algún familiar o conocido durante esta situación.

No todos estamos preparados psicológicamente y tenemos un grado de vulnerabilidad diferente para afrontar esta situación y la manifestación de las consecuencias de algunas de ellas están ahí:

  • Miedo.
  • Abatimiento.
  • Cansancio físico.
  • Ansiedad.
  • Fobias.
  • Somatizaciones.
  • Fatiga emocional.
  • Depresión.
  • Hipocondría.
  • Pensamientos suicidas.
  • Insomnio.
  • Adicciones.
  • Labilidad emocional.
  • Pánico.

Es fundamental saber que todo esto va a pasar, anticiparnos y conocer que en cualquier momento nuestra mente se puede apoderar de nuestra vida. La gestión emocional y la predisposición para salir de esto va a marcar la diferencia.

Tenemos que reelaborar los procesos mentales y empezar a desarrollar nuevos repertorios de conducta hasta que asumamos que estamos ante una nueva realidad e interiorizar esta nueva situación.

Cuando se produzca la desescalada nos vamos a enfrentar a nuevos problemas, a saber, los derivados directamente del confinamiento y los problemas que ya eran parte de nuestra vida y que, muy probablemente, van a volver a aparecer con más fuerza.

El estrés postraumático derivado de esta situación no dista de otras situaciones en las que la tragedia se ha cebado con las personas, con la sociedad y la economía. Es el momento de reaccionar y gestionar esta situación como una posibilidad para evolucionar y no quedar anclado y expuesto al riesgo de involución mental, con todo lo que conlleva.

Es hora de afrontar las nuevas reglas: nada va a ser igual

Nuestra capacidad de supervivencia está vinculada a la gestión de los sentimientos y las emociones y de las estrategias que desplegamos a la hora de interaccionar con el entorno, de la forma en que interpretamos la realidad.

Por ende, la actitud que tomemos en cada momento, la disposición a la acción y habilidad de adaptarse a situaciones traumáticas, de crisis o tragedias va a ser definitivo para sobreponerse a la adversidad y ser capaces de seguir adelante transformados. La actitud condiciona el índice de supervivencia y adaptación, que es mucho más alto si asumimos que depende de nosotros mismos, de la intencionalidad real de actuar ante los problemas, de tener un objetivo y un propósito o motivo claro que le dé sentido a nuestra vida, así como a la capacidad de desarrollar un repertorio de conductas eficaces que nos van a poner en una situación de supervivencia mucho más favorable.

Diferentes investigaciones científicas han puesto de manifiesto que estas capacidades son comunes a todas las personas, en mayor o menor grado. Las emociones nos preparan para reaccionar ante sucesos críticos sin pensar en lo que hay que hacer, por ello son muy primitivos en nuestra estructura cerebral y básicos para la supervivencia de la especie, estando directamente relacionados a nivel biológico con los procesos metabólicos o el sistema inmunológico y, consecuentemente, con la salud.

Investigadores como el suizo Klaus Scherer, de la Universidad de Ginebra, o el ya fallecido Richard Lazarus, de la Universidad de California en Berkeley, propusieron que un factor importante en las emociones es la cognición como elemento que nos permite interpretar los acontecimientos y decidir cómo reaccionar.

En diferentes investigaciones se ha comprobado la existencia de la neuroplasticidad de nuestro cerebro, evidenciando que podemos enseñar a nuestro cerebro a modular emociones, a mejorar la capacidad adaptativa y la supervivencia, de ahí la relevancia de elegir la emoción que va a marcar tu adaptación. Es por ello que experimentar con más frecuencia unas emociones más que otras influye directamente en el estado de ánimo, en nuestra capacidad adaptativa, en la motivación y en la autoeficacia personal.

En este conflicto emocional que se libera en nuestro cerebro, cada uno de forma individual tiene la última palabra, elegir la emoción que gana, en qué dirección se inclina la balanza. Decidir cómo tomarnos las cosas que nos pasan de una manera positiva se relaciona con reacciones fisiológicas asociadas a la producción de hormonas como la noradrenalina y la serotonina. Nosotros somos, con nuestra actitud, los responsables de nuestro destino.

Claves para aumentar nuestra capacidad adaptativa

Suele ocurrir que somos dependientes de nuestros hábitos y de nuestras costumbres, de la estructura de valores y creencias que sustentan nuestra vida y de eso somos especialmente conscientes cuando cambian las reglas, cuando un incidente no previsto y por sorpresa se cruza en nuestro camino. Es en ese momento cuando descubrimos lo frágiles y vulnerables que podemos llegar a ser.

Ya llevamos muchas semanas enfrentándonos a la incertidumbre, a ampliaciones del confinamiento que no dejan ver el final del túnel y se empieza a manifestar la fatiga emocional, mucho más agudizada en personas que han tenido y tienen al día de hoy que combatir cara a cara con el COVID-19. Ejemplo de ello, el personal sanitario, personas que han llegado a un agotamiento extremo, saturación de emociones, relacionado con sensaciones de estrés y ansiedad, sentimientos de angustia o, incluso, depresión que bloquea la capacidad de respuesta.

En esta situación y comparado con una situación de guerra real, siempre salvando las distancias, tiene enormes similitudes con relación a los pensamientos y respuestas que tenemos, y las manifestaciones de estrés, miedo o ansiedad que se manifiestan y que se apoderan en algún momento de nuestro destino.

Todos en cierta medida hemos sentido fatiga emocional extrema en algún momento, aunque algunas personas tienen tendencia a experimentarla más a menudo. La soledad elegida es muy gratificante, pero la impuesta, no. Y este simple hecho hace que mucha gente sienta ansiedad ante la incertidumbre del origen de la imposición.

Ha llegado el momento de empezar a adaptarnos a esta nueva realidad. Es hora de resetear nuestro sistema y adaptarnos siguiendo pautas sencillas y aplicándolas de manera consciente y sistemática:

  • Conocer las nuevas reglas y normas e interiorízalas como un elemento principal de guía de conducta. La visualización previa de qué y cómo vamos a actuar en cada situación es clave para mejorar la autoconfianza, la autoeficacia y disminuir al máximo cualquier riesgo de contagio.
  • Tranquilidad absoluta: conservar la calma focalizando toda nuestra atención en lo que hacemos en el presente, sin anticipar ningún pensamiento negativo sobre el futuro.
  • Ajustar nuestras expectativas: asumir que la realidad ha cambiado, las reglas han cambiado y que de nuestra responsabilidad individual depende nuestra salud y bienestar físico y emocional.
  • Establecer un plan: si nos enfrentamos a tareas complejas o posibles situaciones estrictamente no definidas, conviene definir un plan, un protocolo de actuación e incluso planes alternativos, de tal forma que la sorpresa y la improvisación no sean nuestros enemigos. Visualizar, si es necesario practicando mentalmente, lo que nos llevará a reducir la inquietud, la ansiedad y a mejorar la ejecución.
  • Socialización: es fundamental la conexión con personas o grupos de referencia y evitar el aislamiento en estos momentos. El miedo a lo desconocido es un factor que juega en contra en la medida que no se afronte con el intercambio de información, compartiendo experiencias y aprendiendo de otras personas que han vivido o viven situaciones similares.
  • Evaluación: todos los días conviene hacer un resumen mental e incluso escrito a modo de cuaderno de bitácora con la finalidad de hacer consciente los aspectos positivos y mejorables.
  • Planificación del día siguiente: no es momento de subestimar la situación porque no ha sucedido nada significativo, hay que invertir tiempo en planificar el próximo día, con serenidad y dándole normalidad, hasta que este proceso forme parte de nuestro nuevo repertorio adaptativo de supervivencia.
  • Distraerse: igual de importante es focalizar la atención y ser plenamente consciente del presente, como de elegir momentos del día para convertirlos en un factor de motivación y recompensa, un paquete automotivacional y de disfrute; un momento de lectura, una película, escuchar música, hacer deporte, pasear por espacios naturales, conversar, etc.

Es un buen momento para reflexionar y sacar las cosas buenas que hemos descubierto de nosotros y de nuestro entorno; es un buen momento para focalizar nuestro esfuerzo en conseguir salir reforzados de esta situación con una actitud positiva, voluntad y determinación, sin excusas. Y valorar todo lo que estamos aprendiendo y que nos hace mejores de lo que éramos.

De nosotros depende cada día elegir qué actitud que vamos a tomar, la negativa o la positiva; de nosotros depende tomar las riendas de nuestro destino y de nuestra felicidad o dejarlas en manos de la improvisación y la irresponsabilidad.

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