
«Juvenal encontró el cadáver de Jeremiah cubierto con una manta en el catre de campaña donde había dormido siempre. El doctor Juvenal Urbino había pensado más de una vez, sin ánimo premonitorio, que aquel no era un lugar propicio para morir en gracia de Dios. Pero con el tiempo terminó por suponer que obedecía tal vez a una determinación cifrada de la Divina Providencia. […]
El capitán, desde el puesto de mando, contestó a gritos a las preguntas de la patrulla armada. Querían saber qué clase de peste traían a bordo, cuántos pasajeros venían, cuántos estaban enfermos, qué posibilidades había de nuevos contagios. El capitán contestó que sólo traían tres pasajeros, y todos tenían el cólera, pero se mantenían en reclusión estricta. Ni los que debían subir en La Dorada, ni los veintisiete hombres de la tripulación, habían tenido ningún contacto con ellos. Pero el comandante de la patrulla no quedó satisfecho, y ordenó que salieran de la bahía y esperaran en la ciénaga de Las Mercedes hasta las dos de la tarde, mientras se preparaban los trámites para que el buque quedara en cuarentena. El capitán miró a Fermina y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites…».
Tales son el comienzo y el final de El Amor en los Tiempos del Cólera. Y tal vez saquen alguna moraleja comparativa. El que escribe estas líneas poco tiene de Gabo; pero las enfermedades infecto-contagiosas cólera y covid algo tienen en común; también diferencias. Similitudes: vasta implantación y curso clínico variable que puede alcanzar una gravedad extrema. Diferencias: añeja cólera, neonata covid; bacteriana cólera, viral covid; tratable la primera, indiferente a las medidas habituales covid.
La literatura es lazo fuerte. Cólera ocupa lugar destacado en una de las novelas que dieron un vuelco a la vasta producción en español. Covid, desde este punto de vista, es jánica. Una cara, aparentemente lustrosa, científica; la cruz, en gran medida dantesca. Para ambas han surgido un miriada de expertos dispuestos a darle forma. Hay excelentes trabajos experimentales y de reflexión moldeando la cara. La cruz, como la Pasión. Hay pasos, cortos, que son verdaderos ensayos para meditar; la mayoría, largos, algunos parece que no vislumbran el final, la impericia del autor es incapaz de rematar y se agotan los avisos. Los tergiversadores han copado la opinión.
Un presidente de nación respetada acoge amuleto y medalla. Burlesco otro con las medidas básicas. Nadie conoce a ciencia cierta que opina un tercero. La industria farmacéutica ha montado su propia Olimpiada, y el mercado de sus acciones desbanca expectativas y se aproxima a un monopolio. Hay países cuyas medidas están en el aprobado alto, otras suspenden con rotundidad. Pobreza y riqueza siguen reglas bien asentadas y congruentes entre sí: ambas incrementan exponencialmente, si bien los integrantes de la primera aventajan con holgura en esta peculiar competición.
Un virus no es más que un saco de malas noticias
Un país singular espeta sin reparos dos acciones de significado ignoto. El medio oficial televisivo ofrece un espectáculo typical sin rubor, coincidiendo con la recomendación de los vecinos de no viajar. Y uno del ejecutivo comunica que ha prescindido de la opinión de expertos porque para ello percibe un jornal y los que pudieran saber del asunto tal vez no estén afiliados a determinada opción ideológico-patriótica.
Pero no todo queda en casa. Parece que la más alta magistratura debe decidir sobre la conveniencia o no de celebrar un acontecimiento deportivo que apenas mueve una docena de euros. Donde se exige reclusión mayor para criaturas provenientes de lugares sureños decide, sin consultar, que tenga lugar una acción similar pero que en este caso mueve millones.
Se dijo que un virus no era más que un saco de malas noticias. ¿Habrá aprendido la partícula lo que realmente interesa en el planeta azul? Si fuera así, los que se dedican a las tecnologías disruptivas tendrían a su disposición una fuente inesperada de bioinspiración.
¿Recuerdan aquella película en la que un enjambre de extraños bichos de material desconocido, resistente a los remedios más mortíferos, diseñados por una sabia complejidad más allá de los confines del universo para exterminar un planeta decadente manejado por una especie sin escrúpulos? Una vez más, la ficción se adelantó a la realidad. Esta vez parece que la cosa la maquinó Vlad de Valaquia.