A propósito de la educación universitaria en España
Imagen: storyset/Freepik

Seguramente es mi percepción, pero desde mediados del siglo XX la calidad de la enseñanza ha descendido y eso tiene graves consecuencias. En mi opinión, resulta muy cómodo para los países que se llaman democráticos y mantienen una sociedad basada en el beneficio económico. La ignorancia facilita la manipulación de los ciudadanos y les fomenta los hábitos de consumo o de otro tipo que necesitan las empresas.

Ello requiere personas sin espíritu crítico. Universitarios peritos en su campo, pero incapaces de pensar. ¿Soy la única que se ha dado cuenta de la ausencia de revueltas estudiantiles? Seguro que la inteligencia artificial dispondrá de un logaritmo para demostrar que están socialmente acomodados y son felices; a pesar del alarmante aumento del número intentos de suicidio, de las crecientes crisis de ansiedad, de la baja autoestima de jóvenes maravillosos que hace años nos hubieran mirado por encima del hombro.

Podría decir que todo empezó con Bolonia y la reducción de los años de estudios universitarios, con unos temarios en los que el volumen de conocimiento está creciendo de manera exponencial y se les embute a los alumnos sin tiempo para reflexionar y hacer autocrítica. Apenas sí tengo alumnos que cuestionen mis aseveraciones. No les queda tiempo.

El bombardeo de las redes sociales

Deben engullir la información que les arrojo, e intentar almacenarla antes de la siguiente hora de clase, en que otro profesor hará lo mismo con otra asignatura. Además, tienen ese continuo bombardeo de las redes sociales, saturadas de información baladí sobre temas intrascendentes que conducen a un consumo desesperado y frustrante.

Mis alumnos no se lo merecen. Ya no trepan a los árboles, no deben pisar el césped. No hacen gamberradas. Pero no se ríen. Creo que ni siquiera tienen tiempo para ponernos motes despectivos a los profesores y ridiculizarnos. No digo que esto esté bien, pero es mejor que su constante angustia.

Su esfuerzo se destina a alcanzar unos estándares imposibles generados por una supuesta inteligencia artificial que no funciona todavía, pero que parece estar siendo usada de manera muy provechosa para el beneficio económico de unos pocos. O de muchos. Eso no importa.

La Fundación CEU San Pablo ha decidido aumentar las asignaturas humanísticas en sus carreras universitarias a fin de recuperar valores éticos como la cultura del esfuerzo y el altruismo. La idea me parece excelente. No es de recibo que los estudiantes de carreras de ciencias desconozcan las grandes obras de la literatura universal o los graves errores de los políticos a lo largo de la historia. Pero ello requiere tiempo. No debemos sobrecargarlos de horas de clase.

La creatividad necesita aburrimiento y reflexión. Y diálogo; y contacto social y corporal. Somos seres vivos. Hace mucho tiempo que sabemos que el aislamiento de los individuos de estímulos sensoriales es una forma de tortura. Pero nuestros jóvenes cada vez se tocan y hablan menos. Los vídeo juegos han reducido hasta el número de relaciones sexuales en los adolescentes. Quizá sea algo positivo, no digo que no, pero es un cambio rapidísimo en las costumbres de una especie cuyo cerebro tiene el mismo nivel de desarrollo en los últimos, cuando menos, 15.000 años.

Y en ese tiempo, la ciencia nos ha sacado de las cavernas y nos ha instalado en macrociudades con numerosos elementos que disminuyen el esfuerzo que debemos realizar en desplazamientos y desarrollo de ocupaciones cotidianas. Como nos enseña la física: la energía no se crea ni se destruye: solamente se transforma. De ahí el creciente número de obesos mórbidos en las sociedades industrializadas.

Hay que valorar más el conocimiento

Y nuestro tiempo de reflexión entre estímulos ha desaparecido. Ya no hay que esperar al fin de semana para ir al cine a ver una película. Puedes consumir series en el móvil de forma constante y a doble velocidad para acabar antes. Acabar antes, ¿para qué?

Lo mismo con las carreras universitarias. Para empezar, en la España de los años cuarenta del siglo pasado, los bachilleres que querían estudiar medicina debían saber alemán, por entonces el idioma de la ciencia, y otra lengua además del español. Y eso que en España siempre se ha dicho que tenemos problemas para aprender idiomas. El creciente conocimiento de las diferentes variantes del latín en la península ibérica ha demostrado que eso es falso.

Los españoles somos gente abierta y, hasta muy recientemente, ruidosos y habladores. Nos hemos entendido con todos los pueblos que hemos conquistado o visitado, pese a la leyenda negra.

Ahora los jóvenes apenas saben inglés y algunas lenguas locales cuando llegan a la Universidad. El nivel de conocimientos en el bachiller se ha reducido en toda Europa para equiparlo, supongo, al grado de ignorancia de Estados Unidos, porque a ellos la economía les iba bien.

He vivido en América y observado las deficiencias, la brecha social y salarial que no existía en la España de los ochenta. No me parece un gran logro cuando permite que, a través de manipulación en las redes, se elija al presidente que parece convenir más a una potencia considerada tradicionalmente adversaria.

La Universidad española, por su rigidez, ha mantenido una formación profesional de alta calidad. Eso lo demuestra la demanda de nuestros universitarios en otros países. Pero la reducción de años de estudio y la compactación de los temarios se está perdiendo la formación humanística y la capacidad crítica. La que impide la manipulación y permite un uso inteligente de las nuevas tecnologías.

Creo que deberíamos sosegarnos y pensar en hacer carreras de más años, para incorporar los abundantes nuevos conocimientos y mantener la cultura social y humanística de nuestros ciudadanos. Acabar una carrera con mala formación sólo conduce al paro y a la necesidad de ampliar los conocimientos con másteres y otras formaciones adicionales. Y el paro produce una enorme frustración e inseguridad en los jóvenes.

Quizá debemos valorar más el conocimiento y empezar a abonar el salario mínimo interprofesional a los estudiantes que aprueban a curso por año a partir de la mitad de unas carreras más largas y capaces de garantizar un empleo de calidad.

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