
En la bienal Berry Health Benefits Symposium, celebrado en Tampa (Florida), la investigadora Britt Burton-Freeman, del Instituto de Tecnología de Illinois, volvió a utilizar los datos del estudio que llevó a cabo en 2021 para hacer hincapié en los beneficios que supone para el corazón el consumo de fresas.
En su intervención, mencionó el Global Burden of Desease, cuya primera edición se llevó a cabo en 1991 y, más concretamente, su estudio que difundió Journal of Nutrition en julio de 2021.
La principal conclusión de este trabajo es “que las fresas pueden mejorar la salud vascular, independientemente de otros cambios metabólicos. El efecto puede relacionarse con cambios en los metabolitos fenólicos derivados de microbios, después de su consumo, que influyen en la función endotelial. Los datos respaldan la inclusión de fresas en una dieta saludable para el corazón en adultos con hipercolesterolemia moderada”. Apenas sobrepasaron la cifra de 30 los voluntarios que participaron en este estudio.
También se refirió a otro que apareció en abril de 2021 en un número especial de Nutrition Intervention and Cardiovascular Disease. En este trabajo, con similar grupo de voluntarios que el anterior, trabajaron especialistas de varias universidades de EE UU. Este ensayo cruzado controlado aleatorizado -siempre según sus investigadores- respalda la hipótesis de que las fresas dietéticas, cuando se consumen en una dosis de dos porciones y media al día, mejoran significativamente los riesgos cardiometabólicos, principalmente a través de la mejora de la resistencia a la insulina y las partículas lipídicas aterogénicas.
Cuando se consumió en una dosis de una porción, se observaron efectos modestos para mejorar el tamaño de las partículas de HDL. Estos hallazgos respaldan el papel de las fresas dietéticas en un enfoque terapéutico de nutrición médica, para la prevención de la diabetes en adultos.
Las fresas, originarias de Europa
Como explica la Fundación Española de Nutrición, la fresa es una fruta de forma cónica o casi redonda, de tamaño variable según la especie (de 15 a 22 milímetros de diámetro), coronada por sépalos verdes, de color rojo y con un sabor que varía de ácido a muy dulce.
Lo que más caracteriza a esta fruta es su intenso aroma. En realidad, no es un fruto, sino un engrosamiento del receptáculo floral, una modificación carnosa del tallo con la función de contener dentro de ella los frutos de la planta; siendo las «pepitas» -aquenios-, que hay sobre esta infrutescencia, los auténticos frutos.
Cada fresa alberga entre 150 y 200 aquenios. La fresa silvestre es originaria de Europa, concretamente de la región de los Alpes. Parece que comenzó a cultivarse en Francia en el siglo XV y, algo más tarde (siglo XVIII), en España.
Fueron los españoles, portugueses e ingleses los que la expandieron por toda Europa y América, llegando incluso a algunas zonas de Asia. Antiguamente, los europeos conocían la especie Fragaria vesca; pero durante la colonización, los españoles descubrieron en Chile otra especie, la Fragaria chilonensis. De estas dos se obtuvo una mejor, el fresón, más sabroso y resistente.
Es fuente de vitamina C, con un porcentaje incluso superior al que posee la naranja. Una ración media de fresas (unos 150 gramos), contiene 86 miligramos de vitamina C; mientras que una naranja mediana, de 225 gramos, contiene 82 miligramos.
Si bien en cualquiera de los dos casos las ingestas diarias recomendadas para esta vitamina (60 miligramos) están más que superadas. Las fresas contienen diversos ácidos orgánicos, entre los que destacan: el ácido cítrico, ácido málico, oxálico y también contienen pequeñas cantidades de ácido salicílico.