Asocian dormir con la luz encendida con riesgo de obesidad y diabetes
Los adultos mayores que duermen con la luz encendida tienen mayor riesgo de padecer diabetes, obesidad o hipertensión, según un nuevo estudio. Foto: Drazen Zigic/freepik

Neurocientíficos estadounidenses concluyen en un trabajo publicado en Sleep, en el que han participado más de 500 voluntarios, que, en adultos mayores, dormir con la luz encendida supone un mayor riesgo de padecer diabetes, obesidad o hipertensión. Este vínculo incluye a los teléfonos móviles y los televisores encendidos.

Este equipo de neurocientíficos de Northwestern University, en Chicago, estuvo dirigido por la profesora Minjee Kim. Esta neurointensivista estudia el papel del sueño y los ritmos circadianos, como determinantes potencialmente modificables de la función cognitiva y cotidiana, y el diseño de intervenciones del sistema de salud para la detección temprana y el tratamiento de los trastornos del sueño con el fin de mitigar el riesgo de deterioro cognitivo en la edad adulta.

A pesar de su juventud, dirige Stroke and Neurocritical Care Clinical Research Collaborative, donde llevan a cabo diversos estudios observacionales con pacientes diagnosticados de afecciones neurológicas agudas.

La profesora Kim explica que han demostrado que la prevalencia de cualquier exposición a la luz durante la noche está relacionada con una mayor obesidad, presión arterial alta y diabetes entre los adultos mayores.

En su trabajo reconocen que se sabe poco sobre la prevalencia de la luz nocturna en adultos mayores en Estados Unidos y su asociación con factores de riesgo de enfermedad cardiovascular. Así, probaron la hipótesis de que la luz nocturna en la edad avanzada se asocia con una mayor prevalencia de estos factores de riesgo en 522 voluntarios de 63 a 84 años, durante siete días.

Luz y diabetes

Se sometieron a un examen de los perfiles de factores de riesgo de enfermedad cardiovascular como obesidad, diabetes, hipertensión e hipercolesterolemia y un registro de actigrafía; esto es, un dispositivo que, situado en la muñeca, evalúa el sueño y la vigilia.

Minjee Kim reconoce que hubo sorpresa en su equipo al descubrir que menos de la mitad de los 552 participantes del estudio tenían constantemente un período de cinco horas de oscuridad total por día.

El resto de los participantes estuvieron expuestos a algo de luz incluso durante los períodos más oscuros de cinco horas del día que, generalmente, estaban en medio de su sueño nocturno.

Como quiera que se trata de un estudio transversal, los investigadores desconocen si la obesidad, la diabetes y la hipertensión hacen que las personas duerman con una luz encendida o si la luz contribuyó al desarrollo de estas enfermedades.

La doctora Phyllis Zee, miembro del equipo y responsable del Departamento del Sueño en Feinberg School of Medicine de ese campus, destaca la importancia de que este colectivo evite o minimice la cantidad de exposición a la luz durante el sueño.

Tras hacer hincapié en que no se deben encender luces, la doctora recomienda que si se necesita tener una luz encendida (que los adultos mayores pueden querer por seguridad), es mejor que sea una luz tenue que esté más cerca del suelo.

Además, una luz ámbar o roja/naranja es menos estimulante para el cerebro. No hay que utilizar ni luz blanca ni azul y siempre debe estar lejos de la persona que duerme. Asimismo, debe evitar que la luz exterior de la habitación donde duerme le dé en la cara.

Aparatos de actigrafía

Como curiosidad, los participantes en este estudio se inscribieron originalmente en el Proyecto de Detección en la Industria de la Asociación del Corazón de Chicago (CHA), un programa de salud pública y estudio epidemiológico realizado entre los años 1967 y 1973 para identificar adultos con alto riesgo de enfermedades cardíacas en lugares de trabajo, en toda el área de Chicago. El estudio incluyó un examen detallado de los factores de riesgo conocidos de enfermedad cardiaca.

Casi 40 años después, la doctora Zee y la doctora Martha Daviglus, ahora profesora de medicina preventiva en Feinberg, llevaron a cabo un estudio separado (Chicago Healthy Aging Study (CHAS)) con 1395 sobrevivientes del CHA original.

Se sometieron a otro examen completo de la presión arterial, peso, altura, colesterol, glucosa y otros factores de riesgo conocidos de enfermedades del corazón. Además, usaron el dispositivo de actigrafía en sus muñecas durante siete días y completaron un diario de sueño. Algo más de la mitad de los aparatos de actigrafía utilizados tenían capacidad para medir la luz, que constituyen la base de este nuevo estudio.

En este trabajo colaboraron también Kathryn Reid, Thanh-Huyen Vu, Matthew Maas, Rosemary Braun y Michael Wolf y fue financiado por el Instituto Nacional del Corazón, los Pulmones y la Sangre, el Centro Nacional para el Avance de las Ciencias Traslacionales (y el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento), todos los Institutos de Salud, pertenecientes a los INH de Estados Unidos.

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