Francisco José Ayala Pereda, 'in memoriam'
Foto: RAC

Para los antiguos egipcios el símbolo de la precisión era una pluma que servía de pesa en el platillo de la balanza donde se pesaban las almas. Aquella pluma ligera se llamaba Maat, diosa de la balanza. La precisión de los antiguos en los fenómenos, que Italo Calvino convirtió en exactitud: un diseño de la obra bien definido; la evocación de imágenes nítidas, memorables, y el lenguaje más preciso posible como léxico y como expresión de los matices del pensamiento y de la imaginación. Francisco José Ayala cumplía, con creces, las exigencias, y Maat no titubeó ni un instante en inclinar la balanza en favor de Ayala.

La influencia y resonancia de Ayala llamó nuestra atención hacia este genial pensador. Inteligente, sí; pero mucho más comprensivo y tolerante que muchas docenas de estrellas que inundan nuestros medios, legos y científicos. Es por lo que este hombre, Francisco José Ayala Pereda, en realidad, fue tan capaz de amar, de comprender y de perdonar.

Y es notable la gozosa tranquilidad de nuestro inefable amigo. Sublime capacidad de comprensión y en una de las materias en que la transigencia parece más difícil. Acto seguido a lo que fue una vileza, se puso a recoger y recomponer los pedazos de la estatua que acababan de intentar hacer olvidar.

¿Pero quién dudará de la alegría y la serenidad de Ayala, ni de su firme voluntad de lograrla? Como escribe Tomás Carlyle, cantar, danzar, por encima del dolor y la tragedia. Ayala eterno, verdadero para siempre, de una verdad que no pasa.

Con mis mejores sentimientos, de todo corazón, te doy las gracias, querido Francisco; y os digo: ¡quedad con Dios!

Paz y Bien.

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