Icono del sitio biotechmagazineandnews.com

Dra. Elena Bendala: ¿Por qué no se entiende la Ciencia?

Dra. Elena Bendala: ¿Por qué no se entiende la Ciencia?

Imagen: macrovector/freepik

La actual pandemia ha puesto de manifiesto el escepticismo de crecientes sectores de la población ante el conocimiento científico. Y ha demostrado que el grado de implantación tecnológica no se correlaciona con un mejor entendimiento de la ciencia. La prueba es la elevada proporción de negacionistas de la pandemia en Alemania, Austria y Estados Unidos. Sin contar con la pervivencia de terraplanistas y de quienes rechazan la evolución.

Se ha asociado a prejuicios religiosos o sociales la pervivencia de estas creencias. Incluso a la censura de las dictaduras que limitan el conocimiento. Mi madre nunca se lo creyó.

Me hizo ver que el problema es una mala formación culturo-científica desde el inicio de la enseñanza. Llevo años escuchando lamentos a los profesores por el descenso del nivel de conocimientos de los estudiantes. Especialmente en matemáticas y otras ramas de las llamadas ciencias puras. Reconozco que ni siquiera les había hecho demasiado caso.

Ni a Harold Kroto, Premio Nobel de Química en 1996 por su descubrimiento de los fullerenos, su esposa Margaret y Liebe Klug, esposa del Premio Nobel de Química en 1982, Aaron Klug, mujer inteligente, brillante y decidida que siempre se mostró dispuesta a participar en los debates científicos y a ayudarnos a divulgar la ciencia de un modo comprensible para los no iniciados.

Los tres asistieron a las reuniones de los Jurados de los Premios Rey Jaime I durante varios años y frecuentemente me mostraron la necesidad de mejorar la enseñanza en los primeros años de vida y mantener una elevada formación científica y humanística hasta el final del bachiller, independientemente de las aficiones de los alumnos. Al más puro estilo renacentista. Recuerdo cómo implicaron a Eduard Punset en diversas iniciativas para mejorar la formación infantil.

La tecnología puede facilitarnos diversas gestiones y yo empiezo a apreciarla desde que, durante la pandemia, me permitió mantener la relación con mis muy adorados alumnos de la universidad. Si los jóvenes no saben, la culpa es nuestra, de sus profesores.

Durante este último año he tratado de encontrar dónde estaba el fallo terrible de los sistemas educativos occidentales para que la ciencia, tan accesible, sea tan poco entendida. La gente, incluso la que confía en los científicos, no entiende sus bases y se producen debates con muchísimos conceptos erróneos.

La sociedad carece de los conocimientos para valorar la veracidad de las afirmaciones. Por eso son tan abundantes los bulos y las manipulaciones sociales, con terribles consecuencias. Hemos de resolver ese problema volviendo a memorizar datos y ponerlos en conexión. Es cierto que el volumen del conocimiento ha aumentado.

También lo es que muchos descubrimientos de otras culturas se han perdido. Pero todo ello nos obliga a aumentar las exigencias del nivel formativo para que la sociedad pueda ser más solidaria y sostenible.

Los universitarios tienen dificultades para entender lo que leen, aunque comprenden de inmediato cuando se les muestra un vídeo. Ha sido mi sobrino Marcos, una mente brillante, el que me reveló la clave al recordarme cómo jugábamos cuando eran pequeños: “nos lo pasábamos tan bien imaginando cosas sin ningún juguete salvo nuestras ideas”.

Quizá eso es lo que estamos perdiendo con todos los ordenadores, videojuegos y facilidades: la imaginación y la curiosidad. Durante años, incluso antes de disponer de la escritura, los relatos orales han permitido el desarrollo de la imaginación y la creatividad. La observación del mundo, incluso por falta de otros estímulos, nos ha hecho formularnos preguntas.

Hemos de recuperar esos valores. Hemos de recuperar la educación del hacer cosas, de compartir, de vivir y crear, aunque nos equivoquemos. Pero esa arriesgada educación necesita unos profesionales bien formados, tal como decía la Dra. Carmen Herrero durante el Pleno del Alto Consejo Consultivo de 2021: “[], la importancia de una formación de excelencia, con doctorados y másters previos en las mejores universidades del mundo. Vivir académicamente en un entorno competitivo altamente internacionalizado y flexible, y las buenas prácticas en las instituciones académicas. Todo ello da lugar a investigadores reconocidos internacionalmente, trabajadores infatigables, enamorados de su trabajo, motivadores para los jóvenes y que contribuyen de modo significativo al avance del conocimiento [].” Supongo que el entusiasmo es la clave.

Quizá por eso, cuando dejé de ser funcionaria, sabios como el Prof. Luis Navarro o el Prof. José Bernabeu, me incitaron a dedicarme a la docencia. No es que sepa mucho, es que aprender me entusiasma. Y esa ilusión, esa pasión, se contagia.

Realmente, necesitamos generar fervor en nuestros jóvenes, para que aprendan disfrutando. Lejos de aprobarles sin poseer los conocimientos, porque, en primer lugar, esa sobreprotección los hace débiles, poco preparados para la frustración, y les baja la autoestima; y en segundo lugar, con el enorme paro juvenil, es abocarlos a una situación sin esperanza, la falta de formación los condena a nulas posibilidades de encontrar trabajo.

Promoción de la cultura del esfuerzo

Por el contrario, un alto nivel de exigencia, una buena preparación y condiciones formativas adecuadas, desde la infancia, con una promoción de la cultura del esfuerzo y la disciplina intelectual, han llevado a varios países asiáticos a un enorme nivel de desarrollo técnico y social, que promueve una industria de productos de alto valor añadido que compiten en nuestros mercados con grandes beneficios.

Dado el crecimiento de la esperanza media de vida y el retraso de la edad de jubilación que conlleva, parece razonable dedicar más tiempo a la etapa formativa en la vida, con un alto nivel de conocimiento científico, y quizá debiéramos plantearnos que, lejos de recortar el tiempo universitario con los grados, debiéramos ampliarlo, para abrir el abanico formativo y permitir, como reivindica a menudo el Prof. José Duato que los conocimientos adquiridos en la Universidad permitan la madurez y flexibilidad suficiente para adaptarse a los nuevos trabajos que vayan surgiendo.

Y es que a esa generación que sobrevivió a la Posguerra española, a la Segunda Guerra Mundial y a la Guerra Fría, la que vio la llegada del hombre a la Luna y cómo se les recortan los derechos que conquistaron con tanto esfuerzo, es difícil engañarlos, que saben más por viejos que por diablos.

Salir de la versión móvil